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Cuadernos de Lavapiés

Manzanas, lagares y cestos

Las fuerzas armadas estadounidenses han definido a los torturadores a sus órdenes como manzanas podridas en un cesto sano y fresco como una ídem. En el artículo de John Schwartz que reproduce El País, Philip G. Zimbardo, investigador de la Universidad de Stanford, corrige al Pentágono en su intento de escurrir el bulto, y dice que parecen haber colocado manzanas sanas en un cesto podrido.

Zimbardo se refiere con ello a las condiciones de impunidad en que se desenvuelve todo lo relacionado con la guerra de Iraq, y critica a los dirigentes de la Coalición por poner todos los medios para que la corrupción desemboque en la puesta en práctica de los más bajos instintos del ser humano.

Siguiendo con la imagen frutera, de llagar asturiano en otoño, describiría la situación como un número de manzanas (sanas, sí, pero con la irreversible tendencia a la corrupción que hasta la más inmaculada de ellas tiene, porque es manzana y está en su esencia) en un cesto podrido. Todas las manzanas, las sanas y las enfermas, acaban por sucumbir, de igual manera que toda persona puede llegar a cometer las peores atrocidades, siempre que se le brinde la ocasión o se le haga creer la necesidad. La ocasión y la supuesta necesidad de torturar, vejar y asesinar las han puesto las autoridades que contrataron a conocidos torturadores para ocuparse de las cárceles iraquíes.

Ahora, la facción armada del fundamentalismo neoliberal puede alegar dos justificaciones para su conducta: la negligencia criminal de no saber a quiénes contratan, o el deseo expreso de que se dieran las torturas, con lo cual mostrarían un absoluto desprecio por la vida y la dignidad humanas.

Meter manzanas en una cesta de tal podredumbre, darles un arma y la confiarles la custodia de vidas humanas en tales circunstancias peca, cuando menos, de utópico. Se trata de una utopía mucho más dañina que las que intentó la izquierda en el siglo XX. Se trata de la utopía que pretende un mundo seguro, mientras la injusticia hace hervir a millones de seres. De la utopía que aparenta sorprenderse cuando descubre sus propias atrocidades, de la utopía que quiere creer que la muerte puede eludirse con muros de hormigón, y abortarse la violencia con obuses.

Cuando vivía en los EEUU, lo hice algún tiempo en una zona deprimida del norte del Estado de Nueva York, cerca de donde, hace cien años, se inventó la luz eléctrica. Hoy, la riqueza de entonces ha desaparecido, y las industrias que dieron trabajo a varias generaciones se han marchado a sitios más baratos. El desempleo y la pobreza crecieron, y hoy son evidentes la depresión y el abandono, que parecen contagiarse al entorno natural. Hace algunos años, el gobernador del Estado puso en marcha un plan para revitalizar la economía de la zona. Se fomentó la instalación de prisiones manejadas por empresas privadas, y se les dieron facilidades para instalarse en la zona. Hoy, los pocos puestos de trabajo que se anuncian por el condado de Montgomery son como celador, cocinero, limpiador o electricista de una de las sociedades anónimas carcelarias del área.

La otra actividad que deja algo de ingresos es a recolección de manzanas. Cada otoño, los manhatanitas ansiosos de naturaleza conducen hasta los Adirondacks para comprar un cesto de manzanas, de unas manzanas que sobreviven a la nieve y las heladas que, a veces, se adelantan demasiado. Manzanas y cárceles. Podredumbre y cestos.

Ángel González García

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