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Cuadernos de Lavapiés

Un día de San Isidro

Dejé de escribir. Debía haber seguido creyendo en que el escaso conteo de visitas en realidad significaba otros tantos lectores, pero me llegó la edad adulta como quien pilla el sarampión a destiempo, y lo abandoné. Me entró miedo a vivir, a no conseguir hacerlo decentemente (vivir, escribir, lo que sea) me obsesioné con los alquileres y me convencí de que mis palabras no encontrarían lectores. Tuve un hijo y tuve que ponerme corbatas para pagar el alquiler. El contador de visitas seguía goteando un mísero chorrito, que nunca llegaría a llenarme el vaso. Además, me dije, la mayoría serán gente que acaban allí por arte de birlibirloque digital.

Hoy ha hecho 38 años desde el día en que nací. Hubo intención, dicen, de cristianarme con el nombre del santo madrileño. Pero alguien (desde aquí le doy las gracias) votó en contra (suponiendo que la decisión de darme nombre se sometiera a cónclave, lo cual dudo, por más que me gustaría así imaginarlo). Y que no se enojen los hagiófilos (sí, me la acabo de inventar, ¿y qué? ¿habrá un comité de lectores indignados de enviarme una protesta firmada en defensa de la lengua castellana...?) porque nada tengo en contra del mozárabe labrador, si acaso que anduviera metiéndose en políticas, apareciéndose a Alfonso VIII para ayudarle a ganar en Las Navas de Tolosa, labor que, sin duda, le pisó a Santiago, quien para esos menesteres era el más indicado.

El caso es que no me pusieron Isidro, ni me criaron para labrador, ni puse pies en Madrid hasta ser ya muy talludito y, no obstante, hoy he celebrado mi cumpleaños con mi hijo, vestidos ambos de chulapos, paseando para que nos parasen las viejas a decir lo guapo y lo simpático que estaba mi bebé vestido de lumpen proletariat urbano de finales del XIX, haciéndonos fotos e hinchándome de orgullo paterno. Y ahora, para más inri, voy y lo cuelgo en mi blog.

  

1 comentario

papaparo -

Hay quien te lee, hombre.