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Cuadernos de Lavapiés

Atraco

“Pero es que no llevo ni un céntimo”. Mi tono de voz intentaba conciliar, casi invitando a que se compadeciera de mí. “A ver, la mochila”, fue toda su respuesta. Dentro no había nada de valor, y en eso descansaba mi aparente tranquilidad. Miraba a su arma, intentando calmarme y que todo acabara pronto y sin percances. Revolvió entre mis cosas, hasta dar con algo que le pareció merecer el esfuerzo. “Eso no, te lo ruego”, le dije al verlo, la compostura perdida del todo ya. “Es sólo una pieza, no sirve para nada...” “Algo me darán”, me interrumpió, meneando el arma en mi cara. Luego salió corriendo, volviéndose varias veces para asegurarse de que no le seguía. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos, se detuvo y miró hacia mí. Levantó el arma sobre su cabeza y volvió a agitarla, amenazante. Acto seguido se la introdujo en la boca. El sonido que llegó hasta mis oídos entonces no fue el que esperaba. A pesar de la distancia, oí el crujido galletero, mientras le veía masticar lentamente, sonreír con los dientes manchados de chocolate, y desaparecer tras la esquina.

Después de aquello, decidí no votarle nunca más.

Ángel González

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