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Cuadernos de Lavapiés

Gallardetes de Gallardón

Luego, claro, me dicen los pocos amigos que cuando escribo se me va la olla literaria, y casi que hay que usar un folleto de instrucciones para entenderme. Algo que no tendría nada de malo, si no fuera porque cuando no me leen, me muero de asco.

Sin embargo, no puedo evitarlo. La culpa no es mía, sino de aquellos libros azules de Anaya, de don Lázaro Carreter, o de aquellos profesores que nos obligaban a memorizar algún que otro poema. A mí se me quedó poco del de Mío Cid, pero el otro día, viendo a Gallardón decir lo de "en política, como en la vida, a veces se gana, a veces se empata, y otras veces se pierde..." se me desbocó la memoria pasiva, y los labios se me movieron automáticamente para recitar, impostando la voz: "Dios, que buen vassallo, si oviesse buen Señor".

Le falta al alcalde de Madrid una barba florida y una cota de malla cubierta de túnica blanca. En la pechera, en vez de la afrancesada cruz templaria, debería llevar don Alberto la de Santiago, o la de Calatrava, o una de Alcántara, guardianes del puente moruno. Y como los antiguos comendadores, los que ninguna Fuenteovejuna se atrevió a tocar, debería montar en su corcel de guerra y bajarse al Puente de Segovia, a ajustar cuentas en justa justa con la loca Aguirre, que para estar en su papel, debería tocarse el cráneo con un morrión de conquistador venido a más.

Estaría bonito, la verdad, arremolinarse en las alturas, quizá desde el Viaducto, quizá desde las Vistillas, para animar al valiente doncel, el que en buen hora ciñó vara de regidor, no a que descabece a la hidra, sino a que espolee, y venga a unirse a los moros de taifas, que se haga tornadizo y nos defienda campos y ganados de las lanzas de la encomienda. Que está la cosa mu acuchá.

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