Archivos churriguerescos y Unidad Patria
La Plaza Mayor de Salamanca es de color anaranjado, que es un tono muy poco común para una plaza. Cuando el sol de antes de ponerse incide en las piedras de la Plaza Mayor, éstas sacan a relucir su alto contenido en hierro, y brillan de una manera especial,con un brillo que hace posible perdonarle a Salamanca la velocidad cruel y afilada de sus ventiscas invernales, o la poca vergüenza y caridad cristianas que muestra su sol estival, un sol de dehesa y tostadero que sólo al atardecer y sólo gracias al hierro se hace amable.
A pesar del hierro coquetón de su masa, las piedras de Salamanca son como barras de mantequilla caliente y, cuando el cincel del cantero las acomete, se dejan hacer de todo, como amantes entregados. Y si el cantero, harto de la frigidez franciscana del granito, se siente inspirado, hará gemir a la piedra salmantina en contornos suaves y lúbricos, para darle al sol y al hierro cama en que hacer sus cositas, y que el Tormes lo vea.
En la Plaza Mayor de Salamanca, un número no desdeñable (por más ganas que se tengan de ello) de castellanos de León se reunió para protestar contra el traslado de los Archivos que ahora protege la piedra férrica y feérica salmantina. Muchos abanicaron el techo de cielo raso mesetario con pancartas rojigualdas en las que se leía "España y Archivo = Unidad", con todo el descaro de quien está cansado de tapujos, y decide cortar por lo sano, y "que sea lo que Dios quiera", voluntad que suele coincidir con la de quienes se declaran sus hijos predilectos.
Mi compañera, que tiene tendencia a ver el lado bueno de las cosas, comenta qué buena cosa puede llegar a ser, si bien se examina, que una sociedad se eche a la calle para reclamar que no les quiten los papeles, lo libros, la memoria de su Historia. Veo el envite/embite y subo la apuesta, recordando el adagio trasnochado que suelo repetir a los grupos de turistas que acompaño a la ciudad del Tormes: lo que Natura no da, Salamanca no lo presta.
Claro que, en este caso, el exceso de celo por conservar, no un campo de pozos petrolíferos, sino un montón de legajos y documentos, esconde una chuleta, una trampa estudiantil y tuna de alumno pícaro y aprovechón, de los que da gusto pillar en pleno examen, "con las manos en la masa, en flagrante, sin recurso de apelación": la Memoria Histórica tan cacareada, pancarteada y asociada a la sacra misión de conservar la unidad de todas las españas no es propia, y los documentos de que se trata fueron robados por un gobernante ilegítimo, que pretendió con ello sancionar lo que la victoria por las armas le había otorgado.
No se trata de devolver un oro de Moctezuma que a su vez el desdichado emperador había robado a base de miedo y mamporros, sino de desfacer el entuerto perpetrado por gente que ahora está muerta (y por otra que sigue viva o embalsamada, y que incluso detenta aún cargos de máximos poder y responsabilidad). Quien roba al ladrón tiene cien años de perdón, debió pensar el menos cortés de los hernanes, cuando dejó las novelas de caballerías para meterse a conquistador en sociedad anónima comercial; pero en el caso del robo que nos ocupa, aún ni siquiera ha prescrito la moratoria refranera.
"Archivo y España = Unidad" es una solemne tontería, o una metáfora desafortunada, según se prefiera, malparida por la derecha catódica y neocatecumenal para congregar jubilados pelayos a la luz mágica de la piedra churrigueresca de la Plaza Mayor. Contagiado por la fiebre de eslóganes sandios,me dejo llevar y pienso que, según el Partido Popular, lo que Franco robó, Salamanca no devuelve, y me avergüenzo ipso facto. Debe ser el ambiente anaranjado y latiniculto de esta maravillosa ciudad esculpida en piedra castellana de mantequilla leonesa, que me hace perder los papeles y el sentido del ridículo. Al final, me eximo de pecado, y me acojo al sagrado del precedente. Después de todo, en Salamanca se han dicho frases memorables ("decíamos ayer"), pero también otras menos afortunadas, como las que ladró Millán Astray, un tío abuelo hipertenso y con mucha mala leche, paladín no tan antiguo de esa misma unidad rojigualda y torera que la ecuación conservadora (¿de qué?) igual a los dichosos Archivos de la discordia.
A pesar del hierro coquetón de su masa, las piedras de Salamanca son como barras de mantequilla caliente y, cuando el cincel del cantero las acomete, se dejan hacer de todo, como amantes entregados. Y si el cantero, harto de la frigidez franciscana del granito, se siente inspirado, hará gemir a la piedra salmantina en contornos suaves y lúbricos, para darle al sol y al hierro cama en que hacer sus cositas, y que el Tormes lo vea.
En la Plaza Mayor de Salamanca, un número no desdeñable (por más ganas que se tengan de ello) de castellanos de León se reunió para protestar contra el traslado de los Archivos que ahora protege la piedra férrica y feérica salmantina. Muchos abanicaron el techo de cielo raso mesetario con pancartas rojigualdas en las que se leía "España y Archivo = Unidad", con todo el descaro de quien está cansado de tapujos, y decide cortar por lo sano, y "que sea lo que Dios quiera", voluntad que suele coincidir con la de quienes se declaran sus hijos predilectos.
Mi compañera, que tiene tendencia a ver el lado bueno de las cosas, comenta qué buena cosa puede llegar a ser, si bien se examina, que una sociedad se eche a la calle para reclamar que no les quiten los papeles, lo libros, la memoria de su Historia. Veo el envite/embite y subo la apuesta, recordando el adagio trasnochado que suelo repetir a los grupos de turistas que acompaño a la ciudad del Tormes: lo que Natura no da, Salamanca no lo presta.
Claro que, en este caso, el exceso de celo por conservar, no un campo de pozos petrolíferos, sino un montón de legajos y documentos, esconde una chuleta, una trampa estudiantil y tuna de alumno pícaro y aprovechón, de los que da gusto pillar en pleno examen, "con las manos en la masa, en flagrante, sin recurso de apelación": la Memoria Histórica tan cacareada, pancarteada y asociada a la sacra misión de conservar la unidad de todas las españas no es propia, y los documentos de que se trata fueron robados por un gobernante ilegítimo, que pretendió con ello sancionar lo que la victoria por las armas le había otorgado.
No se trata de devolver un oro de Moctezuma que a su vez el desdichado emperador había robado a base de miedo y mamporros, sino de desfacer el entuerto perpetrado por gente que ahora está muerta (y por otra que sigue viva o embalsamada, y que incluso detenta aún cargos de máximos poder y responsabilidad). Quien roba al ladrón tiene cien años de perdón, debió pensar el menos cortés de los hernanes, cuando dejó las novelas de caballerías para meterse a conquistador en sociedad anónima comercial; pero en el caso del robo que nos ocupa, aún ni siquiera ha prescrito la moratoria refranera.
"Archivo y España = Unidad" es una solemne tontería, o una metáfora desafortunada, según se prefiera, malparida por la derecha catódica y neocatecumenal para congregar jubilados pelayos a la luz mágica de la piedra churrigueresca de la Plaza Mayor. Contagiado por la fiebre de eslóganes sandios,me dejo llevar y pienso que, según el Partido Popular, lo que Franco robó, Salamanca no devuelve, y me avergüenzo ipso facto. Debe ser el ambiente anaranjado y latiniculto de esta maravillosa ciudad esculpida en piedra castellana de mantequilla leonesa, que me hace perder los papeles y el sentido del ridículo. Al final, me eximo de pecado, y me acojo al sagrado del precedente. Después de todo, en Salamanca se han dicho frases memorables ("decíamos ayer"), pero también otras menos afortunadas, como las que ladró Millán Astray, un tío abuelo hipertenso y con mucha mala leche, paladín no tan antiguo de esa misma unidad rojigualda y torera que la ecuación conservadora (¿de qué?) igual a los dichosos Archivos de la discordia.
1 comentario
Laura -
suscribo cada coma