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Cuadernos de Lavapiés

Generación Revival

Parece que, gracias a nuestro acceso a múltiples fuentes de información, hoy hemos llegado a nombrar la edad en la que vivimos, reconocerla, discutirla en prensa, cafés y tertulias, casi al tiempo que ella, impertérrita, tiene lugar. O dicho de otro modo, hoy nos inventamos nuestro presente con mayor eficiencia y encono que hace catorce siglos. O quizá no. Lo que sí parece más seguro es que las generaciones de hoy se reconocen en el espejo de su tiempo con mayor rapidez que antaño.

Yo pertenezco a una generación que ha ido siempre muy mal de tiempo. Somos los nacidos en el intermedio de un entreacto de una obra ya acabada. El franquismo, a quien de nosotros pilló, lo hizo vistiendo aún los que ya por entonces se llamaban Dodotis. La Transición era una señora de la que hablaban en el telediario del almuerzo, cuando a lo que nosotros nos interesaba de verdad era que llegara el hombre del tiempo, terminara luego de irse, y pusieran de una vez los benditos dibujos animados. El día de Tejero estábamos en el cole, en clase de naturales, estudiando los afluentes del Guadalquivir, o en el recreo jugando al coger, y nos mandaron para casa y nos fuimos contentos y excitados porque al día siguiente tampoco habría clase. De los Mundiales de fútbol sí me acuerdo, sobre todo de Naranjito y Rossi. Pero nada de eso era Historia. Historia era Franco, la Guerra Civil, y luego más tarde Historia llegó a ser Mayo del 68, la muerte de Franco, Jarcha, los grises, la Constitución, la movida madrileña...Épocas maravillosamente conflictivas y llenas de causas, fiestas a las que los de mi edad habíamos llegado tarde.

¿Y después? Para cuando cayó el muro de Berlín, muchos de nosotros nos acabábamos el plato de macarrones para que nos dejaran ver Mazinger Z, o David el Gnomo. Otros mascábamos chicle de menta antes de llegar a casa para que no se notara el aliento a tabaco furtivo. Y ahora, de pronto, Gorbachov es Historia Contemporánea, y se habla cada vez más fuerte de neoliberalismo e imperio corporativo. Y nos sorprendemos a nosotros mismos hablando de cuando las diferencias entre los malos y los buenos no estaban tan claras, y los rusos también tenían su corazoncito; o de cuando se acabaron los malos malísimos y hubo que pasar una década inventando enemigos de afuera, o catástrofes terribles, o marcianos super-evolucionados, o pandemias apocalípticas.

Ahora, los de mi generación les calentamos la oreja a los jóvenes con batallitas de épocas pasadas, en las que no teníamos móvil y lo que más miedo nos daba era el paro, y los ricos pagaban más impuestos, España no iba bien, nadie se ahogaba en el Estrecho, no teníamos Internet, y los americanos eran unos muchachotes de mal gusto y aniñados en su cuerpo de gigante, un tanto fanfarrones y todo lo que se quiera, pero muy adelantados. Si no, que le preguntaran a Jesús Hermida.

Pero se lo contamos, eso sí, con una visión de nuestro propio tiempo mucho más exacta que la que haya mostrado cualquiera de nuestros antecesores, exceptuando quizá a Nostradamus. Y lo hacemos por las mañanas, en la cola del paro. Y es que por la mañana siempre tiene uno las ideas más frescas, mientras lee en el periódico lo que pasa con el mundo, cómo se va haciendo la Historia.

Ángel M. González García

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