Graffittis majos y hip hop goyesco
Berlín es una ciudad underground y graffitera, en cuya parte oriental se pueden alquilar caserones por 400 euros, o beber en locales ilegales alojados en antiguos refugios atómicos. Y Berlín es también una enorme tapia donde campa el graffitti. En Madrid, este arte que un día se subastará en Sotheby's parece haber sido centrifugado, y sólo campea en las barriadas del extrarradio. En el centro, las fachadas sufren alguna vez el ataque de un okupa anarka, y en Lavapiés campea una especie de vándalo tridentino y capillita, armado de tiza, como los profes de religión del instituto.
Pero no siempre fue así, y en tiempos de Ramón de la Cruz los barrios de la Villa y Corte fueron escenario de pandilleros dieciochescos, que marcaban su territorio con graffittis ilustrados. Los chisperos, habitantes de los barrios altos del Barquillo o las Maravillas, se enfrentaban entre sí o con los manolos, los de Lavapiés, y usaban las paredes de la época para dejarse mensajes amenazadores o chulerías varias, como hacen hoy los gangs de Los Ángeles o Nueva York.
Y en vez de rap ególatra con rimas apologéticas de la mala hostia del rapero, y de lo peligroso que sería buscarle las cosquillas a semejante prenda, circulaban por el Madrid goyesco coplas como la que recoge Pablo de Répide:
"Si no me habéis conocido
en el pico del sombrero,
soy del barrio del Barquillo,
traigo bandera de fuego."
Lo del pico del sombrero no es ripio forzado ni esclavitud de rima fácil, que las pandillas urbanas siempre han tenido sus señales, y lo que fue tricornio ladeado o montera arremangada, hoy es gorra de Fubu torcida, pañuelo bandana estilo pirata baturro, y pantalones culibajos de perneras de campaña.
Lo de "traigo bandera de fuego quedaría un tanto cursi a ritmo base, y sería difícil dárselas de duro de barrio con una redecilla recogiendo la melena, chupetín de raso anaranjado y medias rodilleras de seda carmesí. Pero también los gangsta rappers de hoy parecerán carrozones del tío vivo en un quíteme allá esas décadas, y en su día los chisperos y manolos se tenían miedo, respeto y ganas, porque al del sombrero de pico doblado le respondía uno de los Latin Kings del Madrid del Antiguo Régimen con las de:
Aquí están las Maravillas
con deseos de reñir;
menos lengua y más pedradas,
señores del Barquillí.
Eso sí, los skaters brillaban por su ausencia. Lo que sí había eran frontones, paredes enormes, ideales para escribir mensajes. Y luego, a los toros, festejo al que ningún pandillero moderno se ocurriría trasladar la juerga."
Pero no siempre fue así, y en tiempos de Ramón de la Cruz los barrios de la Villa y Corte fueron escenario de pandilleros dieciochescos, que marcaban su territorio con graffittis ilustrados. Los chisperos, habitantes de los barrios altos del Barquillo o las Maravillas, se enfrentaban entre sí o con los manolos, los de Lavapiés, y usaban las paredes de la época para dejarse mensajes amenazadores o chulerías varias, como hacen hoy los gangs de Los Ángeles o Nueva York.
Y en vez de rap ególatra con rimas apologéticas de la mala hostia del rapero, y de lo peligroso que sería buscarle las cosquillas a semejante prenda, circulaban por el Madrid goyesco coplas como la que recoge Pablo de Répide:
"Si no me habéis conocido
en el pico del sombrero,
soy del barrio del Barquillo,
traigo bandera de fuego."
Lo del pico del sombrero no es ripio forzado ni esclavitud de rima fácil, que las pandillas urbanas siempre han tenido sus señales, y lo que fue tricornio ladeado o montera arremangada, hoy es gorra de Fubu torcida, pañuelo bandana estilo pirata baturro, y pantalones culibajos de perneras de campaña.
Lo de "traigo bandera de fuego quedaría un tanto cursi a ritmo base, y sería difícil dárselas de duro de barrio con una redecilla recogiendo la melena, chupetín de raso anaranjado y medias rodilleras de seda carmesí. Pero también los gangsta rappers de hoy parecerán carrozones del tío vivo en un quíteme allá esas décadas, y en su día los chisperos y manolos se tenían miedo, respeto y ganas, porque al del sombrero de pico doblado le respondía uno de los Latin Kings del Madrid del Antiguo Régimen con las de:
Aquí están las Maravillas
con deseos de reñir;
menos lengua y más pedradas,
señores del Barquillí.
Eso sí, los skaters brillaban por su ausencia. Lo que sí había eran frontones, paredes enormes, ideales para escribir mensajes. Y luego, a los toros, festejo al que ningún pandillero moderno se ocurriría trasladar la juerga."
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