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Cuadernos de Lavapiés

Vargas Llosa en el Arenal

Acabo de cruzarme con Mario Vargas Llosa. Iba yo caminando calle Arenal abajo, y me ha pasado al lado, en dirección a la Puerta de Sol. Es un hombre elegante, de porte aristocrático tanto en la vida real como en fotografías o televisión.

He estado en un tris de darme la vuelta, seguirle unos metros a distancia prudencial, mientras echaba mano en mi mochila de trapo. Habría sacado con mano diestra algún relato, y me habría emparejado con él a la altura de Carlos III.
-Disculpe, don Mario. Hace cosa de un mes compartí página con usted en El País. Usted en opinión y yo en una carta al director muy chuli que me publicaron...--Silencio bochornoso, si es que don Mario no ha hecho ya señas a un señor agente del orden.-- ¿Sería tan amable de leer uno de éstos?-- seguido del acto fugaz de entregarle un par de cuentos de un seguro servidor.

Luego, dándole las gracias, habría apretado el paso, perdiéndome entre la multitud. Pero no he podido. Me quedé parado unos segundos en plena acera, y seguí caminando. No tuve la disculpa de "no llevar nada encima". Últimamente siempre llevo en la mochila unos cuantos ejemplares de mis Relatos Baratos, por ver si me encuentro con una librería que los quiera poner en el mostrador. Total, si la gente se lleva publicidad de cualquier cosa...

En realidad, no tuve excusa para no hacerlo. Acaso, un sentido del ridículo, una vergüenza ajena y propia que me sentarían bien si fuera ya un escritor de éxito. Éxito quiere decir que te lean unos cuantos, y se lo comenten a otros cuantos, y al final lo que te inventas no se ponga mohoso en un disco duro.

Ángel González García

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