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Cuadernos de Lavapiés

Intérprete

Salió temprano de casa. Al doblar su esquina se cruzó con el vecino. Se saludaron brevemente, como solían hacer. Esa mañana tenía varios recados, así que apretó el paso. Entre metros y autobuses se le fue la mayor parte de la mañana, y la otra entre colas y edificios oficiales, cargado de fotocopias y fotografías tamaño carné. Así, por lo menos, hacía algo, en vez de quedarse en casa a verlas venir. En el Ministerio recogió un impreso y preguntó por la bolsa de trabajo. Nada. Luego, fue a la Consejería, donde se repitió el episodio. A media mañana tenía cita en la oficina del INEM, en la Ronda de Atocha. Pasó por su casa para recoger algunos documentos y la tarjeta del paro. Pasó por delante del negocio del vecino, de nuevo se saludaron, y esta vez se detuvo a conversar brevemente, en ambos idiomas, como solían hacer de cuando en vez.
El funcionario actualizó sus datos. Le dio información sobre cursos formativos y el inscribió en las listas de espera de tres de ellos. “Deberías diversificar tu demanda, porque para lo tuyo no suele haber nada”. “Entiendo. ¿Y en el Ministerio?”. “Nada, lo de siempre, que no se convocan. Te voy a poner como auxiliar administrativo, a ver si sale algo en una empresa de importaciones...”
Cuando regresó a su calle, había un gran revuelo. Cerca del portal, la del segundo le alcanzó para contarle. Acababan de llevarse al del negocio; sospechaban que quizá había tenido algo que ver. A los tres días lo leyó en la prensa. El sospechoso había sido arrestado con anterioridad, pero se le puso en libertad porque, entre otras cosas, no diponían de intérpretes.

Ángel González

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