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Cuadernos de Lavapiés

Sacrificio

Durante todo el camino lo sospechó sin saberlo. Al llegar, las instrucciones no dejaron el menor lugar a dudas sobre lo que habría de suceder aún no sabía cuándo. Pero, a pesar de ello, no se dio cuenta, o no quiso dar oídos a sus propias sospechas. El calor inapelable y la luz blanca de un sol sin piedad hacían que todo fuera más despacio. Mientras seguía con los preparativos, se pudo observar a sí mismo en la calima irreal. Fue en ese momento cuando por fin la sospecha tomó forma concreta, y la respiración se le hizo más lenta y difícil. Miró al muchacho, tirado en el suelo como un bulto borroso en la luz excesiva.
Entonces Él le habló. “Hazlo”, le dijo, “y que tu mano cumpla mi voluntad”.
Miró a su mano y a lo que ésta blandía, y volvió los ojos al joven. Avanzó como nadando en la calima pegajosa hasta el bulto irreal. “Ahora”, volvió a decir la voz, la palabra que siempre había sido su palabra, hasta este preciso instante. Levantó la mano, se volvió hacia el resplandor, y negó con la cabeza. Ayudó al muchacho a incorporarse, y se marcharon ambos, alejándose de la blancura hiriente hasta desaparecer en la sombra sin voces.

Ángel González

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