¿En qué contenedor se debe depositar la tele-basura?
Hay dos razones, entre otras cien, que explican por qué nunca conseguiré ser un escritor de éxito, ni siquiera medianamente leído. Una es mi desmedida afición a los videojuegos, que le quitan a uno el tiempo necesario para escribir una novela, y que embotan el intelecto hasta anular las aspiraciones creativas y/o literarias. La otra es que soy muy marujo, muy de barriada, a la par que muy "literario" en el peor sentido de la palabra, como el pseudo-erudito a la violeta que quiere teñir el pelo de su dehesa con colores de sabiduría de oropel. La mezcla no resulta muy buena, ni siquiera en estos tiempos de mestizajes culturales, y me parece muy bien que así sea.
A mi parte maruja le divierte "Aquí hay tomate", mientras que mi otro yo de pseudo-intelectual en eternas ciernes necesita a veces esas sobremesas (sobresofás) documentadas (televisivamente hablando) por obra y gracia de la BBC. Cuando alguna carrera ciclista no agua mis fiestas/siestas de documentales (me pregunto qué hará Fungairiño de mayo a septiembre) compagino, gracias al zapping, las pausas publicitarias de ambas emisiones. En la ocasión más reciente, aproveché el descanso en el enésimo film sobre los leones del Serenghetti para ver, dos canales más allá, una breve información sobre las actividades del rey de España en su reciente viaje a Latinoamérica. En una de las actividades programadas, me cuentan, don Juan Carlos fue y se entrevistó con "Rafael (sic) García Márquez, autor de Memoria de mis ---biiiiip----- tristes."
¡Cáspita!, debería exclamar ante tamaño desaguisado, sobre todo para no herir la sensibilidad de una censura que no duda en mutilar el título de un colombiano, a quien, no obstante, han rebautizado con el nombre del arcángel equivocado. Ya sólo queda que en "Salsa Rosa" le llamen "Miguel García Márquez", y entonces el Nóbel de Literatura terminará sonando a personaje lorquiano y lírico, a patriarca gitano como el que visitaba Macondo, pero más aflamencado y juncal si cabe.
En cuanto a los niños que estuvieren (futuro de subjuntivo, destinado a desaparecer, sino extinto ya y amojamado) viendo a esas horas la telebasura, se está preocupando el Gobierno de que no tengan acceso a los melodramas de toreros, tonadilleras, sus asistentas y los amantes de sus chóferes, como si algo de todo eso fuera nuevo o dañino. Nada van a encontrar los chavales en estos programas que no sepan ya de vernos a los mayores: que somos mezquinos, ridículos, irracionales, y capaces de cualquier cosa con tal de conseguir dinero rápido; la misma lección que se aprende viendo las noticias o asomándose al patio de luces del bloque de pisos.
Dirá alguno que no puede permitirse que un ser humano autodenominado "periodista" se quede tan pancho después de llamar Rafael a García Márquez. El aludido contestaría, como cuando la conciencia o los amigos le cargan con lo carroñero de su "especialidad", que "esto es lo que pide el público". Por eso, quiero suplicar desde aquí a ese público caníbal que al parecer anda por ahí extorsionando a cientos de licenciados en Periodismo, que hagan el favor de no pedir que se llame Borja Marri a Cela, ni Joaquín a Aleixandre, Nicolás a Benavente, o (¿se atreve la lengua a pronunciarlo?) José Ramón a Cervantes. Por lo que pudiera pasar.
A mi parte maruja le divierte "Aquí hay tomate", mientras que mi otro yo de pseudo-intelectual en eternas ciernes necesita a veces esas sobremesas (sobresofás) documentadas (televisivamente hablando) por obra y gracia de la BBC. Cuando alguna carrera ciclista no agua mis fiestas/siestas de documentales (me pregunto qué hará Fungairiño de mayo a septiembre) compagino, gracias al zapping, las pausas publicitarias de ambas emisiones. En la ocasión más reciente, aproveché el descanso en el enésimo film sobre los leones del Serenghetti para ver, dos canales más allá, una breve información sobre las actividades del rey de España en su reciente viaje a Latinoamérica. En una de las actividades programadas, me cuentan, don Juan Carlos fue y se entrevistó con "Rafael (sic) García Márquez, autor de Memoria de mis ---biiiiip----- tristes."
¡Cáspita!, debería exclamar ante tamaño desaguisado, sobre todo para no herir la sensibilidad de una censura que no duda en mutilar el título de un colombiano, a quien, no obstante, han rebautizado con el nombre del arcángel equivocado. Ya sólo queda que en "Salsa Rosa" le llamen "Miguel García Márquez", y entonces el Nóbel de Literatura terminará sonando a personaje lorquiano y lírico, a patriarca gitano como el que visitaba Macondo, pero más aflamencado y juncal si cabe.
En cuanto a los niños que estuvieren (futuro de subjuntivo, destinado a desaparecer, sino extinto ya y amojamado) viendo a esas horas la telebasura, se está preocupando el Gobierno de que no tengan acceso a los melodramas de toreros, tonadilleras, sus asistentas y los amantes de sus chóferes, como si algo de todo eso fuera nuevo o dañino. Nada van a encontrar los chavales en estos programas que no sepan ya de vernos a los mayores: que somos mezquinos, ridículos, irracionales, y capaces de cualquier cosa con tal de conseguir dinero rápido; la misma lección que se aprende viendo las noticias o asomándose al patio de luces del bloque de pisos.
Dirá alguno que no puede permitirse que un ser humano autodenominado "periodista" se quede tan pancho después de llamar Rafael a García Márquez. El aludido contestaría, como cuando la conciencia o los amigos le cargan con lo carroñero de su "especialidad", que "esto es lo que pide el público". Por eso, quiero suplicar desde aquí a ese público caníbal que al parecer anda por ahí extorsionando a cientos de licenciados en Periodismo, que hagan el favor de no pedir que se llame Borja Marri a Cela, ni Joaquín a Aleixandre, Nicolás a Benavente, o (¿se atreve la lengua a pronunciarlo?) José Ramón a Cervantes. Por lo que pudiera pasar.
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Susi -