Pegando carteles
El mayor tiene 38. En estos momentos no trabaja. Vive con su madre y un perro. La señora es viuda de sub-oficial adepto al régimen. El más joven no pasa de los 21. Conduce un Mini Cooper que parece de juguete. Lo usa para ir a la universidad privada donde cursa estudios, desde que suspendió la selectividad y su padre le dijo que o eso o ganarse el jornal en la empresa familiar. De la que él ni siquiera conoce el sector económico en que se inscribe. El mayor vive en Vallecas. El menor se traga todas las mañanas el atasco de La Moraleja a Ciudad Universitaria, oyendo la radio. Luego, en vez de ir a clase de Ética Cristiana (obligatoria y común en todas las titulaciones de Humanidades) se fuma unos porros con los amigos, buenos chavales. Menos los días en que el otro viene a recogerle y se van los dos en el MIni por ahí, a pegar carteles. "Esto se llena de negros todo el día, pidiendo o aparcando coches, y molestando a las señoras que va a hacer la compra tan tranquilas" dice el mayor, mientras pasan por Julián Romea. A la altura del Vips el más joven aparca el Mini en doble fila, y bajan los dos, uno con el cubo y el otro con papel y escoba. Están excitados. Se sienten rebeldes, y quieren imaginarse temerarios, aunque en realidad no corren ningún riesgo. Otra cosa sería intentar fijar los carteles en las tapias que rodean al Constitucional. Además de las cámaras, están los policías, que no tienen el más mínimo problema en que vayan a hacerlo a media manzana, por la Plaza de Cristo Rey, pero que no les van a dejar pegar consignas de "La Nueva España" más acá del Hospital. "Mientras cada uno permanezca en su sitio, no hay problema" dice de nuevo el mayor. "Y el sitio de ésos es el puto país de donde hayan salido" comenta, mientras repasa con la escoba chorreante de engrudo el cartel que el más joven sostiene por las esquinas. Luego asiente, pero en realidad está distraído mirando al Mini. "Se ha portado el viejo con el regalo de cumpleaños. Si no tuviera ese pronto que tiene..."
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Hispa -