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Cuadernos de Lavapiés

Puro teatro

En estos momentos, las redacciones están preparando a toda velocidad las ediciones especiales del domingo, con todo lujo de detalles sobre el enlace de los futuros monarcas. La edición del sábado habla de presencias reales, de fiestas palaciegas y de recepciones protocolarias.

Un bello croquis-maqueta-dibujo representa el recorrido oficial y explica el orden, horario, significación y origen de todas las estaciones del ritual. Leyéndolo, uno recuerda las relaciones de las entradas triunfales de los reyes de antaño, publicadas muchas de ellas en la imprenta de al lado, del otro de la pared contra la que me recuesto.

Recuerdo un curso de quinto de carrera, en el que creíamos que leeríamos a Shakespeare. El profesor, en cambio, nos obligó a empaparnos con aburridas descripciones de la entrada de Isabel I en Londres, antes de su coronación, o con relaciones no menos pesadas de las entradas, salidas y bodas de los Austrias en Madrid. No entendíamos por qué, hasta que el cátedra nos explicó cada detalle, cada símbolo oculto en la decoración de los arcos triunfales, en los sainetes representados a lo largo del recorrido real, cada uno con una propuesta, una alabanza, una oferta, una advertencia al futuro monarca o al príncipe en ciernes. Puro teatro, pura representación de los deseos, esperanzas, frustraciones y planes de las diversas fuerzas sociales.

Las ciudades, los concejos, gastaban sus dineros en pagar cómicos, artistas y músicos que alabaran o advirtieran al rey. La burguesía, el pueblo llano, los jueces, la Iglesia, los gremios, cada estamento de la sociedad tomaba parte en un ritual destinado a establecer las condiciones del trato. En aquellos tiempos, todo ello era necesario. Hoy no tanto.

Después de que hubimos leído varios de esos textos, después de habernos familiarizado con dibujos y grabados de arcos triunfales, emblemas, banderolas, escenarios provisionales y recorridos urbanos sabiamente planeados, como los que publica hoy la prensa española, sólo después pudimos leer a Marlowe, a Calderón, a Lope y a Shakespeare.

Ángel González García

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