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Cuadernos de Lavapiés

Simón de Rojas

(En el Centro Cultural de la Villa, en una exposición sobre Cervantes y su época, está expuesto el cuadro “El fraile trinitario Simón de Rojas, difunto” de Velázquez. Estará por poco tiempo, y pertenece a una colección privada, así que recomiendo darse prisa).

Se trata de un cuadro sencillo, impresionante, hipnotizador. Sobre un estrado está tendido el cuerpo sin vida del fraile, de rostro sereno, frío. El blanco y el negro de sus hábitos no dan respiro a las medias tintas. O todo, o nada, o vida, o muerte, en este caso. De la bocamanga del hábito sobresalen dos manos de muerte, que no de muerto, que se agarran a la cruz, no se sabe si por el rigor mortis o el de la fe inquebrantable. De la boca, vacía, salen dos palabras, que Velázquez escribe con humo, o pincela con niebla, o dibuja con aire, no se sabe: Ave María.

 Simón de Rojas

Simón de Rojas nació en Valladolid en 1552. Desde muy joven se hizo adepto del culto de María, y desde muy joven también entró a formar parte de las filas de los frailes Trinitarios. Eran éstos los principales responsables (junto con los Mercedarios) del rescate de cautivos, actividad que les llevaba a organizar expediciones comerciales a la compra de esclavos, sacando en el proceso un buen número de almas cristianas de los baños argelinos, tunecinos o tetuanís. Estudió Simón de Rojas en Salamanca, y residió en Toledo. Pero fue Madrid, Lavapiés en concreto, el escenario de los veinte años más productivos de su vida.

Llegó a la Corte llamado por la corona, en alas de una bien merecida fama como predicador y reformador de costumbres, y vivió en la calle que hoy lleva ecos de su nombre, allí donde Atocha se derrama cuesta abajo hacia Lavapiés, hacia el otro mundo, donde el Madrid de tantos siglos pierde la elegancia, desaguada entre callejones que siguen siendo oscuros. La calle que sigue, la del Ave María, tiene el nombre que quiso Simón de Rojas, que también se salió con la suya cuando consiguió que esas mismas palabras fueran inscritas en la fachada del Alcázar Real. Por otras calles cercanas, como la la Torrecilla del Leal, pasó parte de su tiempo en las imprentas cercanas, supervisando la impresión de estampas marianas, que exportaba allende las fronteras de Castilla, en su particular cruzada contrarreformista. No fue coincidencia que acabara siendo conocido en vida como “el Padre Ave María”, que es como ha pasado a la iconografía, acompañándose siempre su retrato del latino lema.

Entre la exportación de estampas religiosas y la predicación en nombre de los cautivos, el futuro San Simón cuidaba de la salud espiritual de un barrio muy pecador, como sigue siéndolo. En aquel entonces, los alrededores de Antón Martín estaban llenos de enfermos de sífilis, unos recién salidos del hospital y otros resistiéndose a entrar, mendigando por las calles de alrededor, en las que abundaban también las oportunidades de contraer ésa y otras enfermedades más o menos venéreas. Un poco más abajo, los moriscos y conversos abundaban sobremanera, unos de rancio abolengo castellano, otros recién llegados de las Alpujarras, y el fraile trinitario no perdía la ocasión de diatribar contra unos y otros, como era de recibo, trabajándose opiniones ajenas y poderosas, convenciendo a los sanedrines de turno de la necesidad de “hacer algo” con aquella chusma.   

Además de todo ello, se convirtió el fraile en Preceptor de los Infantes de España, Confesor de ntra. Sra. La Reyna Dª Isabel de Borbón, y en el primer comerciante de abalorios al por mayor del barrio de Lavapiés. En efecto, entre unas y otras cosas, fray Simón de Rojas se dedicó a la producción de unos rosarios de cuentas azules, representativos de la Imaculada Concepción, que tuvieron un éxito comparable al de la bisutería que hoy venden al por mayor los innumerables negocios del barrio. Lo que no estoy en condiciones de asegurar es que se vendieran en el top manta barroco.

Hoy, en la calle Ave María no se ven procesiones de flagelantes, sangrándose los lomos en agradecimiento a la decisión real de expulsar a los moriscos del barrio. No caminan por ella los ex-cautivos cristianos, enseñando sus cadenas a quien quiera mirarlas, y honrarlas con una limosna. Tampoco se trata el “mal francés” en Antón Martín, donde en vez de hospital ahora hay tres kebaps, y en las imprentas del barrio ya no se imprimen ediciones de novelas escritas por mancos, sino que se hacen fotocopias en color del DNI. Si hoy saliera San Simón a pasear por el barrio, el Ave María que escupirían sus labios sería de órdago, cuando viera la Plaza de Lavapiés. A mí me gusta más así…

1 comentario

María -

¿Por qué la imagen de Velázquez no puede verse?