Farenheit 9/11
Michael Moore ha ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes. No estamos solos, le digo a Carmen, y se me ponen la carne de gallina y la piel de ganso. Somos más de tú y yo los que no estamos locos, los que no tenemos los ojos inyectados de sangre o de codicia ignorante. Y algunos son jurado de festivales internacionales, y saben que con este premio se facilita que millones de personas en todo el mundo miren al lugar vergonzoso al que apunta el dedo acusador de Moore.
Hace casi un año visité África por vez primera. Fui invitado a un congreso en Túnez. Allí, en el bulevar más importante de la capital, paseé junto a las terrazas, me tomaron por argelino, me confundieron con marroquí, me alabaron el penoso francés que chapurreo, y me dieron conversación, a cambio de cigarrillos, en una cháchara de piratas antiguos, hecha de catalán, castellano, francés, italiano y árabe, como la que Cervantes debió usar para negociar sus escapadas argelinas.
Paseando por la avenida preñada de primavera y aire salado, me paré delante de una librería. En el escaparate, en un lugar de honor y protagonismo, los dos últimos libros de Michael Moore, en traducción francesa. En la terraza de al lado, en vez de música árabe o maalouf andaluza, Fifty Cent rapeaba, mientras los nativos tomaban café y cruasanes. Junto al escaparate, varias personas miraban y comentaban en árabe trufado de francés.
Eso fue hace un año. Hoy, en esas mismas calles plagadas de policía de la capital tunecina, la Liga Árabe se debate entre las plantás de Gaddafi y las amenazas veladas de Bush, o el miedo a los fundamentalismos. Me pregunto si seguirá Moore en los escaparates, y me alegro de que haya ganado la Palma de Oro. Y espero impaciente a que aparezcan por los mercadillos de Marruecos y de España las versiones pirata de su último documental, que Disney no va a distribuir, pero los top manta sí.
Ángel González
Hace casi un año visité África por vez primera. Fui invitado a un congreso en Túnez. Allí, en el bulevar más importante de la capital, paseé junto a las terrazas, me tomaron por argelino, me confundieron con marroquí, me alabaron el penoso francés que chapurreo, y me dieron conversación, a cambio de cigarrillos, en una cháchara de piratas antiguos, hecha de catalán, castellano, francés, italiano y árabe, como la que Cervantes debió usar para negociar sus escapadas argelinas.
Paseando por la avenida preñada de primavera y aire salado, me paré delante de una librería. En el escaparate, en un lugar de honor y protagonismo, los dos últimos libros de Michael Moore, en traducción francesa. En la terraza de al lado, en vez de música árabe o maalouf andaluza, Fifty Cent rapeaba, mientras los nativos tomaban café y cruasanes. Junto al escaparate, varias personas miraban y comentaban en árabe trufado de francés.
Eso fue hace un año. Hoy, en esas mismas calles plagadas de policía de la capital tunecina, la Liga Árabe se debate entre las plantás de Gaddafi y las amenazas veladas de Bush, o el miedo a los fundamentalismos. Me pregunto si seguirá Moore en los escaparates, y me alegro de que haya ganado la Palma de Oro. Y espero impaciente a que aparezcan por los mercadillos de Marruecos y de España las versiones pirata de su último documental, que Disney no va a distribuir, pero los top manta sí.
Ángel González
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