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Cuadernos de Lavapiés

¿Quién es Colin Powell?

El año pasado yo vivía en un pueblo triste del norte del Estado de Nueva York, donde a finales del siglo XIX Edison fundó su imperio, pero que está desde hace décadas sumido en la pobreza y el abandono (cosas de la alta economía). Enseñaba (no don Thomas Alva sino un servidor) literatura española en una pequeña universidad (un college) de muy buena reputación, exclusivo y elitista, verdadero islote de belleza y conocimiento en medio de un ambiente pobre y deprimido, con muy altos índices de criminalidad.

Un día casi como hoy de hace doce meses entré en mi clase de lengua española de tercer año, de nivel intermedio, con 16 alumnos de entre 19 y 21 años, y les pregunté, en inglés, qué opinaban de la intervención de Colin Powell en la ONU, a dos horas y media en coche del campus en que nos encontrábamos. De los 16, dos supieron decirme que Colin Powell era un político, "o alguien del gobierno", sin poder detallar cuál era su cargo, responsabilidad, área o misión. Los demás no tenían noticia de la identidad del sujeto en cuestión. ¿Debo seguir, y explicar cuáles fueron los resultados de mi encuesta acerca de Iraq, su situación geográfica, las lenguas habladas, su historia, su delito.? Si esto fuera ficción, quizá lo haría.

Días después, bombas lanzadas por una tropa que no había podido ir a la universidad elitista, o que pretendían financiarla un día con las soldadas del sudor legionario, derramaban la primera sangre (de este siglo) iraquí. La de personas malas, crueles y desalmadas y las de una aplastante mayoría de seres inocentes, de buena gente como la que se manifestó por millones el otro día en España.

Ahora vivo en Madrid. Doy clases de apoyo escolar en una academia de barrio obrero, de inmigrantes, de gente que no tiene ni tendrá 30.000 euros al año para pagar los cursos de una universidad elitista del norte del Estado de Nueva York. Sí, son cuatro ceros (cinco millones de pesetas) sólo la matrícula, no la manutención.

Mis alumnos tienen entre 11 y 13 años. Atocha queda cerca. El otro día no tuve que preguntarles qué pensaban de lo que estaba sucediendo. Se me echaron encima para contar cada uno su historia, su versión y su juicio sobre el resultado de las elecciones y los acontecimientos que lo precedieron. Una niña de doce años lo explicó diciendo que el gobierno culpaba a ETA, pero que "en la BBC y en la de Francia estaban diciendo que era el Bin Laden". Otra discrepaba y decía que Carod Rovira quería la independencia de Cataluña, y el PSOE se aliaba con "los del Rovira" y eso era malo, porque ella tiene muchos primos en Barcelona, y "a ver qué va a pasar ahora, si me voy a tener que sacar el pasaporte para ir a verlos ".

No se puede generalizar, ni pensar que entre tantos miles de estudiantes universitarios estadounidenses no haya todo tipo de intelectos, personalidades, actitudes, aptitudes y talentos, en muchísimos casos de una calidad a la que un servidor sólo aspirará inútilmente el resto de sus días. Yo he conocido muchos, y me honra la amistad de no pocos. Tampoco se debe pensar que los niños de acá sean sénecas en pequeñito, que sólo se desenganchan de la PS2 para sentarse a escribir tratados de política.

Pero, por aquellas mismas fechas de hace un año, detuvieron a dos hombres en el mall cercano a mi casa, porque rehusaron quitarse unas camisetas en las que habían impreso la frase "Make Peace, not War". Un sistema que permite este tipo de hechos necesita de la ignorancia de mis alumnos de entonces. Mis alumnos de ahora son su peor enemigo, su mortal pesadilla.

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