Frodo Flores
El Hombre de Flores está pidiendo a gritos un nombre, y yo propongo el de Frodo Flores, y reniego de los planes de estudio que sólo me obligaron a estudiar dos años de latín, tiempo insuficiente para aprender a declinar como dios manda un nombre más científico para este humanito nuevo que acaban de tener mamá Historia y papá Darwinismo (que acaban de descubrir los paleontólogos, para entendernos).
Al pensar en aquellos homínidos de bolsillo, compartiendo isla con nuestros abuelos, me acuerdo de William Golding, que contaba en su novela "The Inheritors" la suerte de los últimos Neanderthales, a poco de llegar nuestros antepasados Sapiens Sapiens a la Europa post-glacial. Cuando Golding escribió su novela, los paleontólogos acababan de enterarse de que los cabezones porteros de discoteca del más Inferior de los Paleolíticos no eran parientes (directos) nuestros, sino una especie distinta, humana y todo, pero que acabó por extinguirse, o la extinguieron, que de todo pudo haber. Y como el inglés era un cínico, se imaginó en su novela que algo tuvieron que ver los primeros cromañones con la desaparición del vecino, sobre todo a juzgar por las que hemos organizado después, con gente de nuestra especie.
Pero los Neanderthales eran muy listos (tenían el cerebro mayor que el nuestro) y andaban sobrados de forma, que el más enclenque se habría merendado al más curtido marine, en un decir Jesús. Otra cosa debió esperarles a los hobbits proto-indonesios recién descubiertos, a Frodo Flores y sus compadres, a los que seguro que no dejó indiferentes la llegada de los nuestros (como la caries, acabamos alcanzando todos los recovecos), y a los que, probablemente, acabaran por quitar de enmedio los que vinimos después.
Por eso, entre otras cosas, nos entusiasma imaginar compañeros que hayamos podido tener en esta aventura de la vida inteligente, duendes, elfos, yetis o hobbits fósil, recordatorio de cuando no estábamos solos, nostalgias de todo lo que perdimos, que siempre es mucho más interesante que lo que nos queda.
Al pensar en aquellos homínidos de bolsillo, compartiendo isla con nuestros abuelos, me acuerdo de William Golding, que contaba en su novela "The Inheritors" la suerte de los últimos Neanderthales, a poco de llegar nuestros antepasados Sapiens Sapiens a la Europa post-glacial. Cuando Golding escribió su novela, los paleontólogos acababan de enterarse de que los cabezones porteros de discoteca del más Inferior de los Paleolíticos no eran parientes (directos) nuestros, sino una especie distinta, humana y todo, pero que acabó por extinguirse, o la extinguieron, que de todo pudo haber. Y como el inglés era un cínico, se imaginó en su novela que algo tuvieron que ver los primeros cromañones con la desaparición del vecino, sobre todo a juzgar por las que hemos organizado después, con gente de nuestra especie.
Pero los Neanderthales eran muy listos (tenían el cerebro mayor que el nuestro) y andaban sobrados de forma, que el más enclenque se habría merendado al más curtido marine, en un decir Jesús. Otra cosa debió esperarles a los hobbits proto-indonesios recién descubiertos, a Frodo Flores y sus compadres, a los que seguro que no dejó indiferentes la llegada de los nuestros (como la caries, acabamos alcanzando todos los recovecos), y a los que, probablemente, acabaran por quitar de enmedio los que vinimos después.
Por eso, entre otras cosas, nos entusiasma imaginar compañeros que hayamos podido tener en esta aventura de la vida inteligente, duendes, elfos, yetis o hobbits fósil, recordatorio de cuando no estábamos solos, nostalgias de todo lo que perdimos, que siempre es mucho más interesante que lo que nos queda.
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