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Cuadernos de Lavapiés

Los últimos mohicanos

Acabo de ver en televisión "El último mohicano" en su más reciente versión y, aunque no sé si esta superpoducción fue rodada en Nueva Zelanda o Patagonia, tal es la magia del cine, que me podido creer que los majestuosos paisajes de fondo eran en realidad las Adirondacks, las montañas del norte de Nueva York, donde viví algún tiempo.

Mi casa estaba frente al río Mohawk, en el valle del mismo nombre. A la espalda subían los taludes del valle, cubiertos de una selva impenetrable durante unos pocos meses al año, de nieve y troncos pelados lo restante. En la otra orilla, una macroautopista que sigue la ruta del norte, la misma por la que los franceses entraron y los ingleses subieron, los iroqueses entraron y los algonquinos salieron. Ahora la cruzan incesantemente camiones enormes con matrícula de Quebec, en un contínuo movimiento de vehículos que es la verdadera vida de aquel país, una sociedad entera construída al lado del camino, para servirle y darle comida rápida, cama y refresco de soda cargado de hielo. A veces, desde mi ventana podía ver el valle en toda su majestuosidad, e imaginar el espíritu de un romántico como Fenimore Cooper, alimentado desde pequeño con historias sucedidas por aquellos contornos, hace muchos años, muchos antes de que incluso el joven novelista viviera allí, conociendo a quienes habían conocido a los indios. Por eso su mohicano, su indio, tenía que ser el último, porque había nacido de las historias de los viejos colonos,cuando ya había desaparecido la huella de los primeros habitantes de esa tierra tan dura.

Esos mismos colonos que contaron historias al joven Cooper son también los que vieron a Rip Van Winkle salir un día al bosque y nuca más volver. Nunca, claro está, hasta demasiados años después, tras despertarse de una siesta de pesadilla. Por eso por allí cerca, encajonado entre farallones, queda el paso de Rip Van Winkle, entre dos peajes y no muy lejos de un área de descanso, exactamente igual a todas las áreas de descanso de la Interstate 90.

Pero después de irse los franceses, los indios y hasta los ingleses, se fue con ellos la frontera, y el valle del Mohawk pasó el siglo XIX creciendo pacíficamente. Hasta que llegó Edison, inventó la electricidad a sus orillas, y se dio inicio a un período de riqueza y opulencia. Cuando yo vivía allí aún se podían ver las huellas de esas épocas, en la multitud de edificios que fueron fábricas, batanes, estaciones de ferrocarril, almacenes fluviales, y que de alguna manera parecían mucho más antiguas que las invisibles, erradicadas, de los últimos indios. Frente a mi casa, una enorme fábrica vacía, con sus propios muelles, vacíos de vagones de un tren que ya casi nunca pasa por allí. Desde finales del XIX hasta los años cuarenta del XX, del río Mohawk salieron la mayor parte de los guantes vendidos en el mundo. También suministraron sus factorías alfombras a miles de hogares pequeño burgueses, y paraguas y tiendas de campaña para las guerras y uniformes para la marina y delantales de hule, hasta que un día aquello se fue al garete, y la gente se fue en busca de otra vida. Los que quedan malviven entre un índice de desempleo que se puede ver desde el coche, conduciendo por sus pueblos y ciudades desmayados, y los pocos empleos que dan las prisiones privadas.

Tras ver la película, me he dado cuenta de que nunca conseguí idealizar ni en parte aquella tierra, mientras viví en ella. Ahora, al recordar las aventuras del holandés que se quedó dormido y se le fue la vida, o la del último representante de un pueblo que se desvanece de la Historia, o las reseñas de las batallas épicas entre holandeses, indios, ingleses y franceses, me pregunto por qué no le dí esa oportunidad a aquel lugar, pensando que todos los escenarios pueden ser buenos para representar algo memorable, que todas las piedras tienen un jugo que merece la pena exprimir. Luego, me conecto a Internet para escribir algo, y la curiosidad me pica un poquito. Recuerdo que en My Yahoo aún tengo vínculos a las noticias locales de Schenectady, en Upstate New York, incluyendo el parte meteorológico local. Hoy, finales de enero, se ha registrado una máxima de 14 grados bajo cero, centígrados que para eso tengo un convertidor automático. A las doce del mediodía, y teniendo en cuenta el factor viento, la sensación de frío para el cuerpo es -25°C. En esas condiciones, y mirando la silueta amarilla de un Macdonald's al otro lado del río, es difícil idealizar nada.

2 comentarios

Haller -

pienso que nadie debio invadir a esa tribu y dejar qe ellos mismos evolucionen en todo aspecto,esos malditos explotadores burgueses pero hay qe volver a crear ese pueblo en donde las palomas vuelen libres

Baobab -

Qué escenario. Creo que debería escribir un día algo parecido sobre los restos de la RDA, que tanto me impresionan. ¡Me debes un café!