Desayuno en Lavapiés
Angustiado por la incertidumbre, agobiado por el oneroso peso del temor al porvenir, precario e imprevisible, salí a callejear por el barrio. Bueno, en realidad fui a la panadería, donde empecé a pensar que algo importantísimo había ocurrido. Debí haberlo sospechado cuando vi que Milagros, que está siempre a régimen, anunció a bombo y platillo que hoy, además de la pistola cotidiana, se llevaba media docena de bizcochuelos borrachos, "pa celebrar el feliz acontecimiento, y que me quiten lo bailao".
Luego, al pasar frente al locutorio de Ahmed, noté con extrañeza una congregación de parroquianos que, en lugar de poner conferencias con Casablanca o Alcazarquivir, batían palmas en corro, dentro del cual dos jóvenes de manos alheñadas soltaban estridentes lelilíes. Al soniquete de la zambra festiva, me acerqué. Cantaban y tocaban panderos y sonajas, pero como servidor no habla árabe, y además cantaban en bereber, que no se le parece nada, no alcancé a saber de qué iba la cosa. "Queda poco para San Isidro", me dije "y quizá los musulmanes del barrio, de tanto roce, se han puesto a cantarle al santo labrador, para que llueva un poco, que con la sequía de este año habrá pocos jornales a repartir en el campo, y pocos ingresos que girar al Rif, donde los esperan como el agua de mayo que nosotros también."
En esto, el sobrino de Ahmed, que estudia periodismo en la Complutense, pasó montado en un ciclomotor, de pie sobre los estribos y enarbolando una espingarda de fogueo, al grito de "Sidi Filipe, Sidi Filipe, Aljándulila...", lo cual terminó de confundirme, porque Alex es de Lavapiés y no tiene acento.
Le di un pellizco a mi barra de pan y seguí calle abajo, al son de más músicas. En el restaurante de la esquina, los dueños paquistaníes se habían vestido de lanceros imperiales, con bigotones y turbante incluidos, y regalaban puritos Dux al paisanaje. Los chinos de la tienda habían construido un dragón multicolor con envoltorios de Chupa Chups, y lanzaban petardos que, en vez de explotar, sonaban como los primeros compases de una marcha muy conocida, sólo que no pude identificarla, así en frío.
Por la calle del Ave María, en dirección a la plaza, bajó entonces una muchedumbre portando flautas, quenas y tambores, que hacían sonar con algarabía y regocijo. Una señora de pelo negro y lacio, cubierta con un tocado también negro, del mismo paño que su larga pollera, bajaba brincando de felicidad, como quien acaba de conocer su destino, y ha sabido que será bueno con ella. Como tampoco hablo quechua, no entendí las frases en aymara que parecían gritar algo muy, pero que muy alegre.
En realidad, no fue hasta llegar a la puerta del Champion, en la misma plaza de Lavapiés, que me enteré de la verdadera transcendencia del acontecimiento. Allí, un combo de como 250 personas, a lo que parece venezolanos y dominicanos en su mayoría, bailaban al son de varios tambores, que interpretaba (y ahí ya me quedé estupefacto) no un grupo salsero o merenguero, sino el mismísimo regimiento de zapadores de Almansa, con acompañamiento de pífanos y pelucones blancos bajo el tricornio de raso chillón.
La barra de pan daba sus últimos suspiros cuando subí por fin a casa. Encendí el televisor. En la pantalla, en vez de una tertulia marujil o una entrega caducada de dibujos animados japoneses, apareció el Excelentísimo Señor Alcalde de la Villa y Corte, vestido de Corregidor, con la Cruz de Santiago al pecho, anunciando cañas y toros durante 15 días, en la Plaza Mayor, claro está. Mojé el currusco de pan superviviente en el café, alegre y feliz. Últimamente, las cosas no habían ido muy bien, y la preocupación me estaba volviendo un ser taciturno y amargado. Ahora, con un poco de suerte, las cosas se arreglarán, y el sentimiento de orfandad y desvalimiento pasará al olvido. "Por fin tenemos heredero", me repetí en voz alta, casi incapaz de creerme tanta dicha junta.
Emocionado, fui a la cocina. Vertí el resto de la cafetera en la taza y le añadí medio kilo de azúcar. Como todas las cucharillas estaban sucias, eché el café en un biberón, mojé la tetina en el jarabe formado, y me lo amorré, feliz y contento.
Luego, al pasar frente al locutorio de Ahmed, noté con extrañeza una congregación de parroquianos que, en lugar de poner conferencias con Casablanca o Alcazarquivir, batían palmas en corro, dentro del cual dos jóvenes de manos alheñadas soltaban estridentes lelilíes. Al soniquete de la zambra festiva, me acerqué. Cantaban y tocaban panderos y sonajas, pero como servidor no habla árabe, y además cantaban en bereber, que no se le parece nada, no alcancé a saber de qué iba la cosa. "Queda poco para San Isidro", me dije "y quizá los musulmanes del barrio, de tanto roce, se han puesto a cantarle al santo labrador, para que llueva un poco, que con la sequía de este año habrá pocos jornales a repartir en el campo, y pocos ingresos que girar al Rif, donde los esperan como el agua de mayo que nosotros también."
En esto, el sobrino de Ahmed, que estudia periodismo en la Complutense, pasó montado en un ciclomotor, de pie sobre los estribos y enarbolando una espingarda de fogueo, al grito de "Sidi Filipe, Sidi Filipe, Aljándulila...", lo cual terminó de confundirme, porque Alex es de Lavapiés y no tiene acento.
Le di un pellizco a mi barra de pan y seguí calle abajo, al son de más músicas. En el restaurante de la esquina, los dueños paquistaníes se habían vestido de lanceros imperiales, con bigotones y turbante incluidos, y regalaban puritos Dux al paisanaje. Los chinos de la tienda habían construido un dragón multicolor con envoltorios de Chupa Chups, y lanzaban petardos que, en vez de explotar, sonaban como los primeros compases de una marcha muy conocida, sólo que no pude identificarla, así en frío.
Por la calle del Ave María, en dirección a la plaza, bajó entonces una muchedumbre portando flautas, quenas y tambores, que hacían sonar con algarabía y regocijo. Una señora de pelo negro y lacio, cubierta con un tocado también negro, del mismo paño que su larga pollera, bajaba brincando de felicidad, como quien acaba de conocer su destino, y ha sabido que será bueno con ella. Como tampoco hablo quechua, no entendí las frases en aymara que parecían gritar algo muy, pero que muy alegre.
En realidad, no fue hasta llegar a la puerta del Champion, en la misma plaza de Lavapiés, que me enteré de la verdadera transcendencia del acontecimiento. Allí, un combo de como 250 personas, a lo que parece venezolanos y dominicanos en su mayoría, bailaban al son de varios tambores, que interpretaba (y ahí ya me quedé estupefacto) no un grupo salsero o merenguero, sino el mismísimo regimiento de zapadores de Almansa, con acompañamiento de pífanos y pelucones blancos bajo el tricornio de raso chillón.
La barra de pan daba sus últimos suspiros cuando subí por fin a casa. Encendí el televisor. En la pantalla, en vez de una tertulia marujil o una entrega caducada de dibujos animados japoneses, apareció el Excelentísimo Señor Alcalde de la Villa y Corte, vestido de Corregidor, con la Cruz de Santiago al pecho, anunciando cañas y toros durante 15 días, en la Plaza Mayor, claro está. Mojé el currusco de pan superviviente en el café, alegre y feliz. Últimamente, las cosas no habían ido muy bien, y la preocupación me estaba volviendo un ser taciturno y amargado. Ahora, con un poco de suerte, las cosas se arreglarán, y el sentimiento de orfandad y desvalimiento pasará al olvido. "Por fin tenemos heredero", me repetí en voz alta, casi incapaz de creerme tanta dicha junta.
Emocionado, fui a la cocina. Vertí el resto de la cafetera en la taza y le añadí medio kilo de azúcar. Como todas las cucharillas estaban sucias, eché el café en un biberón, mojé la tetina en el jarabe formado, y me lo amorré, feliz y contento.
4 comentarios
antona -
salu2
piradaperdida -
Baobab -
Nahda -
Lo que me parece curioso es que se celebre el nacimiento(aunque los nacimientos siempre son una alegría) de un bebé q aunque no tiene culpa, mantendremos todos :S aysss...
Encantada de leerte, me he entretenido de lo lindo haciéndolo, gracias :O)
saludos y sonrisas!