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Cuadernos de Lavapiés

Serena Grand Hotel

Metro de Madrid, 8 y 15 de la mañana de un día asquerosamente húmedo, lluvioso y laborable. Los andenes de la estación subterránea están llenos de lectores de la prensa gratuita, a ver qué remedio. En las pantallas colocadas estratégicamente, se distribuye también de manera gratuita la vesión subterránea de lo que algunos parecen considerar las noticias más importantes del día.

Entre ellas, destaca la de la inauguración de un hotel de cinco estrellas en la capital de Afganistán. Hasta 1500 Euros pagarán algunos por una habitación, no sé si insonorizada contra los ruidos producidos por la guerra, tan desagradables ellos. Supongo que la bañera, a esos precios, tendrá hidromasaje. Y el ascensor, quién sabe, puede que tenga un ascensorista vestido no a la talibán, sino al más puro estilo Karzai, a mitad de camino entre un cuadro folklórico y un hobbit en traje de camino.

Lo que no sé es si las vistas serán agradables, o si las columnas de humo estropearán o no el skyline de Kabul. No importa, me contesto: los huéspedes del “Serena Kabul” (tal es el nombre del nuevo hotel) no van en busca de paisajes, sino de acuerdos millonarios con hombres de empresa (que también en Afganistán los hay, como en todas partes).

Llega el tren, de la línea circular, cargado hasta las trancas de mano de obra. A duras penas y entre empujones, entramos los nuevos, los que hemos tenido el privilegio de aprender, en breves minutos, que también en Kabul existe ahora el derecho de alquilar por 1500 Euros una habitación (aunque sin vistas). A poco, suena el pitido, y el tren emboca de nuevo un túnel, donde no hay pantallas de TV.

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