Estudiantes en pie de guerra
No soy científico, pero sé que cuando se dispone de pocos datos, o cuando no se presta atención a las variables, puede uno llegar a extrapolar conclusiones que parecen ciertas y lógicas, pero que acaban siendo completamente falsas.
Así, si uno lee en la prensa de estos días de víspera de primavera de 2006, y se fija en los titulares de palabras como “universitario”, “protestas multitudinarias” o “represión policial”, podrá comparar las protestas estudiantiles en Francia con las aparentes manifestaciones de inconformismo de sus colegas españoles. En el primero de los casos, se trata de una protesta generalizada en contra de una nueva ley laboral. Ley que, según los estudiantes franceses, puede ser nociva para el total de la sociedad gala. Por el contrario, el descontento que estos días muestran los universitarios españoles viene provocado por las medidas policiales tomadas por algunas ciudades para reprimir la celebración del tradicional “botellón” de bienvenida de la primavera.
Desde un punto de vista medianamente científico, extrapolar de estos datos que la juventud francesa tiene sobre los hombros algo más que la excusa para peinarse el flequillo “a la Ralph Lauren”, sería falaz. Obviar los abismos que median entre ambos contextos para acabar concluyendo que, mientras los estudiantes francos se preocupan por su futuro, los españoles sólo salen de su apatía para exigir el derecho a ensuciar parques, alamedas y polideportivos, emborrachándose a la sajona (deprisa y de mala leche), sería injusto, además de completamente anticientífico.
Pero bueno, como ya he dicho, no soy científico.
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