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Cuadernos de Lavapiés

Los pictos en Iraq

Los pictos, pueblo habitante de las remotas tierras escocesas ya antes de la llegada de los romanos, salían a la batalla desnudos, embadurnados los cuerpos con pinturas de guerra, y enardecidos hasta el furor más tremebundo por la oportuna ingesta de algún bebedizo de herboristería campera. Los celtas que invadieron la Península Itálica también parecen haber consumido algún tipo de sustancia que les enardecía el ánimo antes de entrar en batalla, para poder superar así el miedo a la muerte y dar rienda suelta a su ira desenfrenada. Los asesinos del Viejo de la Montaña, los hashishin, tomaron de aquella sustancia así como nosotros hemos tomado el vocablo, y con ella parecían encontrar el valor necesario en sus arriesgadas empresas de asesinato selectivo al más puro estilo Sharon.

A los soldados de más de cuatro imperios les han doblado la ración de ron, coñac, ginebra o whisky justo antes de tener que vérselas con el enemigo, más para entonarlos que para quitarles el frío. A los pilotos estadounidenses que bombardearon por error a sus aliados canadienses en Afganistán les habían dado, según ellos mismo declararon y las autoridades estadounidenses se encargaron de ocultar, anfetaminas para ayudarles a concentrarse en las misiones de alto riesgo que les habían sido encomendadas.

Una vez hecho este recordatorio, fácilmente ampliable por plumas más claras y capaces de mayores rigores informativos, aconsejo al lector a que relea la crónica firmada por Gervasio Sánchez en “El País” del lunes 5 de abril de 2004, en la que relata la batalla sostenida el día anterior en Nayaf, Iraq, entre una multitud de iraquíes y los contingentes español, salvadoreño, hondureño y estadounidense estacionados en aquella ciudad.

Sánchez describe el comportamiento de las tropas americanas de una forma que nos recuerda películas sobre la guerra de Vietnam, con sus marines heroinómanos viviendo un infierno a bordo de una lancha que se adentra en el corazón de la jungla. Sánchez llega incluso a tildar de rambos a los de Nayaf, mientras describe cómo recibían con gritos excitados tanto las ráfagas enemigas como la llegada de sus helicópteros. En tremendo contraste, los soldados españoles y centroamericanos parecen soldados de verdad, con miedo, prudencia, no menos valentía que las de sus compañeros de bando en esta batalla, pero reales al fin y al cabo, tan reales que hasta ellos se asombran del furor desatado a su alrededor.

Al acabarse los disparos, tras varias horas que han dejado veinte muertos entre los asaltantes y dos entre los militares, se oyen “las gracias y piruetas” de los soldados norteamericanos, “felices como niños”, mientras “militares de diferentes nacionalidades” se ponen a cubierto por si acaso vuelve el peligro. Los comentarios de los mandos españoles, en algunos casos militares con años de experiencia en fuerzas de pacificación, son elocuentes, y critican la falta de tacto de sus aliados, mientras uno no puede dejar de imaginarse a Martin Sheen escribiendo en su diario, mientras una lancha cargada de adolescentes yonquis con uniforme intenta no morir de miedo. Los gritos y cabriolas de los marines junto a su ametralladora pesada hacer volar la imaginación al son de las Walkirias de Wagner, y preguntarse (como quizá hayan hecho también los soldados de la brigada Plus Ultra): “¿qué les habrán dado a ésos?”

Según se quejan los mandos de la expedición española, los estadounidenses entraron en su jurisdicción, y, sin aviso previo ni coordinación con la fuerza al mando de la ciudad, detuvieron de malas maneras al imam Mustafá Al Yuqubi. Ahora, y tras citar a Coppola, toca ahora arrimarse un tanto a las ideas descabelladas de Oliver Stone y sus teorías conspiratorias, y sopesar la posibilidad de que se trate de un acto premeditado por parte de los estadounidenses. ¿La motivación? Venganza por el “abandono”, intento de que la opinión pública española, ante las noticias de la batalla, recobre un ardor guerrero semejante al patriotero discurso de un gran porcentaje de la americana…Falacias sin fundamento, absurdas teorías de conspiraciones ocultas y puñaladas traperas que no tienen nada que ver con los complejos mecanismos de la política internacional. El hecho de que un día y medio después de la detención de Yuqubi aún no se hubiera puesto al corriente a los españoles de lo sucedido no demuestra nada, ni hace caer la sombra de la sospecha sobre el comportamiento de las fuerzas armadas estadounidenses.

Teorías maquiavélicas como la que acabo de sugerir no son más que ensoñaciones, exageraciones de un pacifista radical, acusaciones tan sin sentido como la de que las armas de destrucción masiva no existen, o la de que ellos lo sabían. O como la de pensar que a los marines norteamericanos que se reían de la muerte entre casquillos ensangrentados les hubieran suministrado una buena dosis de anfetas, para ponerlos más a tono con la situación. En cuanto a la descoordinación y puñalada trapera a la guarnición de la Plus Ultra, debe ser considerado como un error garrafal que ha costado muchas vidas, y que podría haber costado muchas más.

Lo malo es que ahora que me he convencido de esta última teoría, creo que me da aún más miedo que la anterior.

Ángel M. González García

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