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Cuadernos de Lavapiés

La Guashintón liberada, por Torcuato Taxi

En estos momentos nuestras tropas han completado la liberación de la capital enemiga. Las imágenes que todos hemos podido ver, gracias al magnífico esfuerzo de nuestros compañeros en el equipo técnico, casi sustituyen a cualquier palabra. A estas alturas del conflicto, pocos de entre nosotros no han visto los documentos visuales llegados a través de una red de comunicaciones insuperable, producto y símbolo de la superioridad técnica, económica, política y social que ostentamos sobre nuestros enemigos, y que justifica por derecho de preeminencia nuestra liberadora intervención.

Tras las últimas operaciones de castigo y bombardeo aéreo, que han acelerado la descomposición de sus sistemas logísticos y de inteligencia, y destruido el grueso de sus fuerzas armadas, nuestra gente ha entrado por fin esta mañana en el centro de su capital, y se despliegan ahora en posiciones estratégicas, en todo momento bienvenidos por las espontáneas demostraciones de una población civil que recibe a los nuestros como liberadores y ansía comenzar cuanto antes la reconstrucción.

"Aunque la abrumadora superioridad de nuestra tecnología —por no hablar de la infinitamente mayor abundancia de nuestros recursos, en comparación con los del enemigo— nos ha permitido derribar el régimen y acabar con la resistencia organizada de sus líderes, no se debe esperar un rápido final a las operaciones", afirmó uno de los máximos responsables de la operación, apuntando a la posibilidad de que los focos de resistencia se atrincheren en algunas zonas, y desde ellas intenten perpetuar el conflicto mediante tácticas de guerrilla urbana y/o terroristas. No obstante, y según fuentes igualmente fidedignas, una gran mayoría de la población, en especial en zonas urbanas y deprimidas, ha salido a las calles para recibir con alegría desbordante nuestra llegada.

Símbolos de la opresión que el régimen anterior representaba son ahora objeto generalizado de las iras de unos seres que han sufrido durante demasiado tiempo la opresión y brutalidad de un estado policial, entregado —de la mano de una oligarquía despótica— a la fiebre del librecambismo deshumanizado; gentes que han debido sufrir las injusticias de una sociedad segregada y los caprichos de una minoría acaparadora, más dignos del pasado oscuro de la especie que de sociedades avanzadas, como es el caso de la nuestra, donde esas cosas —definitivamente— no ocurren.

En la que hasta hace poco fuera capital, en el emblemático epicentro de un régimen hoy caído, las muchedumbres descontroladas, llevadas por deseos de venganza, odios reprimidos durante demasiado tiempo, y por la comprensible violencia inherente a los cambios históricos que se están produciendo a su alrededor, ha dado en el pillaje, y tomado los principales edificios representativos del poder derrocado a sangre y fuego, valga la ambigüedad sintáctica. En riguroso directo, y a pesar de la enorme distancia, podemos observar en estos momentos el aspecto que ofrecen el Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca, pasto de las llamas, que intentan adelantarse a los ciudadanos hoy libres del antiguo imperio más poderoso de este planeta del Sistema Solar, primero de los escenarios de nuestra entrada en escena, como defensores de la libertad, la justicia, el amor fraterno y la verdadera solidaridad más allá de nuestra órbita.

Bien es cierto que las protestas iniciales contra la operación pusieron el dedo en la llaga cuestionando nuestro derecho de intervención en el escenario pero, como muy bien supieron comunicar nuestros líderes, la necesidad de mantener el equilibrio en una zona de la Galaxia cuya estabilidad resulta indispensable para nuestra economía terminó por convencer a la mayoría de la conveniencia de liberar a los habitantes del planeta Tierra del yugo férreo que se les ha impuesto desde muy pocos centros de poder, establecidos éstos en el subcontinente Norteamericano. Nombres, referencias geográficas y personajes desconocidos hasta hace poco para el gran público, pero que han aparecido con fuerza en la actualidad que nos rodea, si bien a distancia, por supuesto.

Gracias a una cobertura técnica e informativa sin precedentes, hemos tenido la oportunidad de acercarnos a una realidad que por remota no deja de afectarnos muy de lleno, y hemos sido testigos asombrados de los sucesos acaecidos en gran número de aglomeraciones urbanas. Sirva como ejemplo la imagen indeleble de Nueva York, la primera ciudad en importancia, verdadero centro social y cultural del fenecido imperio, siendo tomada por nuestros efectivos, a quienes cientos de miles de ciudadanos de barrios como Harlem o Bronx acogieron con la alegría y el homenaje que se dispensa a los héroes.

El caos y la conmoción tras la caída del régimen han derivado en multitud de actos violentos. Masas enardecidas por el vergonzante espectáculo de la ingente riqueza en manos de unos pocos han tomado las calles en busca de venganza. Muchos de los que ahora se dedican al pillaje y a los ajustes de cuentas vivían hasta hace poco embelesados por discursos somníferos de preponderancia mundial, cuando no apartados de opiniones disidentes por un sistema educativo que promovía la ignorancia y unos medios de comunicación fusionados en un manojo de accionistas mayoritarios. Así conseguía perpetuarse un régimen que disfrazaba su legalidad bajo un entramado de falacias pretendidamente democráticas, y así conservaban sus prerrogativas las oligarquías gobernantes, en dolorosa comparación con la vida cotidiana de una gran parte de pueblo americano, condenado por un sistema depredador a una existencia precaria y triste. Hoy por hoy yacen destruidos muchos de los símbolos de ostentación de una sociedad que se regodeaba en el despilfarro más inhumano mientras un gran porcentaje de sus miembros malvivía sin servicios mínimos que garantizasen la salud y la educación de sus jóvenes. Entre el desorden que está siguiendo al vacío de poder, símbolos del odio desbordado aparecen por todas partes, como en el caso del saqueo a la clínica veterinaria especializada en cirugía plástica para mascotas que, tras ser tomada por las masas encendidas, ha sido rehabilitada por los nuestros como hospital para atender a los heridos de una guerra justa y necesaria.

Ahora que la libertad se impone —con un costo sorprendentemente bajo de vidas humanas y un insignificante desgaste por parte de nuestros efectivos, todo sea dicho— de nuevo amanece su sol bajo una atmósfera más limpia y resplandeciente, y la ignorancia a la que millones de seres habían sido condenados empieza a dar paso a la luz del entendimiento. Llega ahora el momento de encontrar el equilibrio de fuerzas y opiniones que asegure la recuperación de una sociedad que, según se apresuran a recordar algunos de sus más distinguidos representantes (hasta hace poco enterrados bajo la pesada losa del anonimato impuesto por la ignorancia generalizada) ha producido ingente cantidad de personajes y valores de importancia esencial para el conocimiento adecuado de la especie humana.

Esperemos que la luz de este nuevo día (unidad que divide casi a la perfección el movimiento de rotación del planeta, y que los indígenas han dividido en otras unidades hasta el infinito, según una curiosa costumbre observada en muchas de sus culturas) traiga para los habitantes de la Tierra en general y para nuestros antiguos enemigos un futuro resplandeciente y un viaje seguro y tranquilo por el universo de la existencia.

Ángel González García

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