Darfur y otros infiernos de pantalla plana
Entre Sudán y Chad se está cocinando una masacre escandalosamente similar a la que dejamos pasar por delante de los noticieros de hace diez años. Conflictos étnicos lejanos, guerras entre pueblos que no queremos reconocer, porque no nos interesa, vocablos para definir grupos de hombres y mujeres que queremos ignorar...
Costó varios millones de asesinatos, pero ahora podemos lamentar nuestra indiferencia usando palabras que ya no ignoramos: hutu, tutsi o Ruanda pasaron de no escribirse, de no leerse, a provocar debates ortográficos (¿Ruanda o Rwanda?). Las imágenes de entonces no necesitan alfabetos: ríos conradianos por los que navegaban cadáveres hinchados; cocodrilos ahítos; horrores que quizá llegaron a suscitar una consulta rápida al Atlas, y poco más.
A medida que se acerca la estación más seca del año, de nuevo el hambre, las matanzas y el terror avanzan en el corazón de África (¿cuántos corazones tiene este continente?). En Darfur quizá no alcanzaremos a ver el Nilo Blanco transportando corriente abajo flotillas de cuerpos. Pero los cadáveres siempre llegan, siempre aparecen. Los ríos de la muerte no son como los de Jorge Manrique. Sus cauces son desconocidos, y sus ojos, misterios, remolinos y guadianadas acaban arrastrando víctimas hasta los lugares más insospechados.
Los ríos de arena de Darfur han depositado su carga fúnebre al otro lado del Océano, en los cauces traidores de La Española. La corriente torrencial de nuestra indiferencia activa, la catarata de nuestras injusticias (las de todos) acabará por dejar sedimentos de muerte en países cuyo nombre sólo entonces aprenderemos.
Ángel González García
Costó varios millones de asesinatos, pero ahora podemos lamentar nuestra indiferencia usando palabras que ya no ignoramos: hutu, tutsi o Ruanda pasaron de no escribirse, de no leerse, a provocar debates ortográficos (¿Ruanda o Rwanda?). Las imágenes de entonces no necesitan alfabetos: ríos conradianos por los que navegaban cadáveres hinchados; cocodrilos ahítos; horrores que quizá llegaron a suscitar una consulta rápida al Atlas, y poco más.
A medida que se acerca la estación más seca del año, de nuevo el hambre, las matanzas y el terror avanzan en el corazón de África (¿cuántos corazones tiene este continente?). En Darfur quizá no alcanzaremos a ver el Nilo Blanco transportando corriente abajo flotillas de cuerpos. Pero los cadáveres siempre llegan, siempre aparecen. Los ríos de la muerte no son como los de Jorge Manrique. Sus cauces son desconocidos, y sus ojos, misterios, remolinos y guadianadas acaban arrastrando víctimas hasta los lugares más insospechados.
Los ríos de arena de Darfur han depositado su carga fúnebre al otro lado del Océano, en los cauces traidores de La Española. La corriente torrencial de nuestra indiferencia activa, la catarata de nuestras injusticias (las de todos) acabará por dejar sedimentos de muerte en países cuyo nombre sólo entonces aprenderemos.
Ángel González García
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