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Cuadernos de Lavapiés

Alí Bey, un catalán musulmán, espía de Godoy y agente de Napoleón

"Es probable que el país abunde en minerales, mas estos tesoros quedarán ocultos mientras dure la ignorancia de sus habitantes". Esto escribe Domingo Badía, alias Alí Bey, uno de los personajes más apasionantes de la Historia Moderna de España, en 1807, durante su visita a La Meca.

Alí Bey no sabía entonces nada sobre el tesoro mineral que haría de Arabia, que entonces comenzaba a estar dominada por la dinastía Saudí, un país rico. Ironías. Tampoco cuando alaba al primer caudillo Saudí tenía motivos para saber en qué convertirían sus descendientes los petrodólares.

En cuanto a la supuesta "ignorancia" de los habitantes de la Península Arábiga, no se juzgue a Badía/Bey severamente por ello: en muchas otras ocasiones muestra profundos conocimiento, respeto y admiración por el mundo islámico, desde Marruecos hasta Turquía.

Viajes de Alí Bey, Colección Luxor. Editorial Óptima, 2001

Eco-paradojas

Como nunca te acostarás sin saber una cosa más, hoy me he enterado de que Sudáfrica fue, en 1991, el primer país del mundo en promulgar una ley de protección del tiburón blanco. Dos años después (!!!), el engranaje institucional del apartheid acabó por fin con la discriminación de los sudafricanos negros.

A veces, los sentimientos más ecologistas, más solidarios con la naturaleza y nuestros convecinos planetarios, esconden una completa falta de respeto por muchos de nuestros semejantes. Me pregunto si habrá tiburones negros, y si estarán, de existir, tan protegidos como los blancos de Sudáfrica (los tiburones, se entiende).

César Vidal, martillo de herejes

Me resistía a hacerlo, pero hoy, mientras desayunaba, huraño como suelo, en la radio entrevistaban a César Vidal. Me he aguantado las ganas desde que los hipermercados del país (¿debería decir "de estos reinos", dado el asunto?) aparecieron alicatados hasta el techo de ejemplares de su libro "España frente al Islam"; pero después de que el tal Vidal (a quien, dicho sea de paso, todo dios se empeña en dar un don muy pidaliano, a cuento de no se qué) me fastidiara el desayuno de hoy con unas gotas de sabiduría puro estilo caspa ibérica y ultramontana, no he podido evitarlo: he aquí el exabrupto.

En esta excursión radiofónica, el asilvestrado Vidal se dedicaba a hacer memoria de las numerosas ocasiones en que Francia se ha aliado con "el Islam" (nótese la insistencia con que aparece este vago concepto en la boca y pluma de los principales islamófobos del siglo, como si el Islam fuera una especie de Mordor etéreo y omnipresente) para hacerle a España la vida imposible. Desde las alianzas entre Francisco I y la Sublime Puerta, pasando por los desastres de la Guerra de África, hasta llegar a nuestros días, dice Vidal, la perfidia gala se ha liado en contubernio oscuro y cuasi templario con la morisma, para hacerle la puñeta a la "Reserva espiritual de Occidente" hasta hoy, pues según él, Chirac se oponía a la Guerra de Iraq porque le vendía plutonio enriquecido a Saddam. Consejo a los alumnos del insigne profesor: en el examen, seguro que cae eso, o una de Ian Fleming. Y punto redondo...¡Olé los toreros buenos y los maniqueístas de a perragorda el kilo!

Prometo, en cuanto pueda, seguir con esta galería de los horrores, en la que analizaremos, niños y niñas, los perfiles de los más frikis ultramontanos de la hintelextualidá española. Próxima entrega: Pío Moa, el homófobo con menos vuelo de cuantas aves extintas picotean en los verdes campos de la neo-derecha.

Una de archivos

Lo que dice Juan Manuel de Prada leer en ABC sobre los Archivos de Salamanca da con la tecla, cuando se pregunta si la restitución de los archivos a la Generalitat catalana significaría también la devolución de lo que se desamortizó cuando Mendizábal. Incluso se pregunta qué pasaría si, con la misma regla de tres, "el Islam reclamara la restitución de los templos y palacios que le fueron usurpados en la Reconquista?". El argumento tiene su aquél de gatillo flojo lógico, historicista y dialéctico, y por tal lo habrá tomado el editor de ABC . Pero yo tengo otro, ya puestos:

Incluso teniendo en cuenta que la palabra Generalitat evoca al castellanoparlante un sentido vago y "general" (en tanto que colectivo), la realidad es que la Generalitat de Catalunya tiene una entidad física, legal, política e institucional. Por tener, tiene hasta dirección de correo, porteros y aparcamientos. Ese "Islam" de que habla Juan Manuel de Prada no puede decir lo mismo. Difícil le será a un concepto tan general como el que define el vocablo Islam rellenar las solicitudes de devolución de la Alhambra, sobre todo cuando haya que rellenar la casilla del CIF. Cierto es que la Iglesia Católica, al igual que la Generalitat, tiene dirección, porteros y todo lo demás. Pero también tiene algo de memoria (poca) y sabe que, en lo que a desamortizaciones respecta, mejor le está quedarse callada y no levantar la manta...

Comparto con de Prada la preocupación por las exageraciones en esto de desfacer entuertos históricos. No se puede ya devolverle el oro a Moctezuma, ni al PRI para que lo administre; ni tampoco es posible, a estas alturas, ofrecerle un kleenex a Boabdil, mientras regañamos a su madre con el dedo índice. Pero otra cosa es devolver lo que robó un régimen, no de hace siglos, sino de tiempos en los que muchos de quienes se oponen ahora a la devolución ya cobraban nóminas a cargo del Estado.

Inocentada tardía

En reciente conferencia de prensa, el delfín ha tenido que pronunciar por primera vez en su vida el nombre de algunos países del mundo en el que la mayoría habitamos. Su comparecencia, motivada por el reciente maremoto en Asia, ha sido para asegurar que se tomarán las medidas necesarias para ayudar a los supervivientes.

Por suerte, el arbusto-zarza incombustible que nos manda no se ha liado la bandera a la cabeza, para condenar el "terrorismo Tsunami" ni prometer que "las placas tectónicas pagarán por su crimen, las sacaremos de sus escondrijos y responderán de sus actos ante el mundo libre".

Ayuda en Acción

Ayuda en Acción

Hace falta de todo, para que no sigan muriendo los que lograron sobrevivir.

http://www.ayudaenaccion.org/index.asp

Santos inocentes

El año hará bien en terminarse, por lo que a un servidor respecta. En su marzo, 192 de mis conciudadanos murieron a escasos trescientos metros de casa. En noviembre, mi padre murió, y las Navidades me han pillado con el alma llena de un memento mori que no soy capaz de desatascarme de la boca del estómago.

Ahora, el falso reflejo de deísmo que puede quedarle a esta consciencia atea y asustada se ha resentido en la médula, cuando una enorme ola ha arrasado de cuajo con más de veinte mil semejantes, lejos sí, pero tan cerca. No estoy para bromas, porque de carne de inocentes está hecha la llaga que más me duele.

Que acabe el año, aunque eso me acerque, nos acerque a todos un poco más a la muerte. Y perdón por el pesimismo, pero es que no podía guardármelo.

Café Barbieri

A estas alturas, es preciso confesarse y confesar que servidor es propenso a las depresiones estacionales, que yo de por mí motejo de “autismos de invierno”.

Embutido este año más que otros en mi aislamiento patológico, llevaba ya demasiadas semanas pisando la calle sólo lo imprescindible, desairando amigos y familiares a golpes de silencio, y comprobando a cada rato el contador de visitas a mi bitácora, buscando un canal de comunicación con desconocidos, mientras alieno inexorablemente a conocidos y queridos.

Hoy, por fin, la obligación de ir a pagar el alquiler me he sacado a la calle, para que el frío mesetario polarizado por la borrasca norteña me diera de bofetadas, desquitándose de las que mi eremitismo de patio interior le había hurtado. Bien pronto se me han quitado las ganas de pasear las carnes por las hieleras de Lavapiés, y he deseado tener a mano un claustro resguardado, como el que cobija las tímidas salidas del monje que medita caminando entre arcos mientras se airea su celda-leonera. “Cabin fever”, llaman los americanos a esa verdadera fiebre que provoca el encierro, la que hacía enloquecer en sus cabañas de madera a tramperos y pioneros, en los largos meses del invierno.
Los americanos que conquistaban la naturaleza salvaje de abril a septiembre no tenían claustros donde refugiarse de la ventisca, ni yo tampoco, así que decido tomarme el enésimo café en el Barbieri, a la vista de la Plaza de Lavapiés. Un poco más arriba, en la calle del Ave María, hay una farmacia que me gusta imaginar es la misma en que Maximiliano Rubín, el legítimo de Fortunata, estropeaba fórmulas con las distracciones de su feble psique.

No sé si allá por los años 70 del siglo XIX ya existía el Café Barbieri; es probable que no. Sí lo hacía, en la mismísima plaza de Antón Martín, uno de los cafés más emblemáticos de aquellos años. En él recaló algún tiempo Juan Pablo Rubín, el hermano del contrahecho farmacéutico, y allí lo encontró don Evaristo, protector de la perdida Fortunata, para convencerle de que apoyara la reconciliación entre los esposos. Hoy en Antón Martín hay un Burger King, debajo justo del globo que anuncia otra farmacia famosa.

La decoración del Café Barbieri recuerda a la de todos esos cafés que han hecho las veces de claustros resguardados de los fríos madrileños. Es fácil soñar aquí, e imaginarse charlando y discutiendo con un grupo de personas, tertuliando como ya sólo se hace por Internet, pariendo historias, proyectos, cocciones que se quedarían, con mucha probabilidad, en agua de borrajas. Fórmulas fallidas, pero no peligrosas, como las de Maxi Rubín; sueños en los que, décadas después, se reúne a varios contertulios frente a las cámaras para recordar aquellos años de tertulias en el Barbieri, de libros publicados, películas dirigidas, obras estrenadas, homenajes sentidos y juergas salvajes...Sueños irrealizables, porque hoy las tertulias no están en las reboticas ni en los cafés, sino en los chats de Internet, y los cafés son sitios para merendar, y además un servidor cada vez se vuelve más autista.

Estados Asociados

Carmen es puertorriqueña, tiene pasaporte estadounidense, y no ha estado nunca en Euzkadi. Cuando vemos las noticias, Carmen siempre está haciendo algo, parece que concentrada en esa otra actividad (cualquiera que sea) que los hombres no sabemos sincronizar con la de prestar atención.

Sin embargo, cada vez que se menciona el Plan Ibarretxe, Carmen distrae la mirada de su otra actividad (sea ésta la lectura, la escritura o “sus artesanías”, como diría Johann Sebastian Mastropiero), mira a la pantalla, sube las pupilas hasta esconderlas en los párpados que bajan a propósito, y se muerde el labio superior suavemente, para a continuación mover la cabeza de lado a lado, como quien ve a un niño haciendo una barrabasada.

Mis menos sentidas condolencias, señores de X

Bush acaba de aparecer en conferencia de prensa para poner un parche a la opinión púbica estadounidense. Ésta, que muy de vez en cuando pone otros asuntos por delante del crematístico, anda un tanto escandalizada porque las cartas de condolencia a los familiares de sus militares muertos vienen firmadas a máquina. Una cosa es que la carta en sí sea una plantilla normalizada (que tampoco están las cosas como para redactar una esquela empática por cada marine desventrado por la metralla) pero muy otra es que ni la firma sea real, sino que venga impresa al por mayor, gracias sin duda a Adobe Photoshop. Por ahí no quieren pasar los americanos, que, muy al revés del estereotipo que de sí mismos tienen, prestan una enorme importancia a las formas y maneras, por muy huecas que éstas estén.

Así, el delfín tejano se ha plantado delante de los medios de comunicación, con su inglés ofensivo y su lógica de primero de BUP, y ha dicho un par de preciosidades. Entre ellas, la enésima enunciación de su principio universal de gobierno: "la libertad es un valor universal; las sociedades libres no luchan contra otras en guerras injustas; el mundo es hoy un sitio mejor, gracias a la invasión de Iraq, y la libertad es lo que nosotros digamos, pues para ello tenemos monopolio esclusivo sobre ella". Todo ello aliñado por la cansina verdad absoluta de que "América no descansará hasta que la bandera de la libertad ondee por el mundo entero". "

A los catorce años, y con poco que uno haya leído, pensado u oído comentar a los mayores, suelen tenerse similares certezas y revelaciones. Lo bueno es que, hoy en día, pocas sociedades están regidas por adolescentes hormonados y con el pavo aún sin sacudir. Otro gallo les cantó a los europeos de hace 500 años, quienes en muchas ocasiones fueron regidos por monarcas lampiños o emperatrices escasamente púberes. Por desgracia para el presente, el líder del mundo parece no haber abandonado esa edad en la que el universo entero se derretía como cera al calor de nuestras adolescentes certezas irrompibles. Por desgracia para los iraquíes, Bush está convencido de que lo que él y unos cuantos millones de occidentales adinerados y con automóvil llaman libertad es la única versión posible que de tal concepto puede y debe tenerse. Además, tanto el líder como quienes lo apoyan están preparados para dejar que mueran unos cuantos siempre y cuando las cartas de condolencia vengan firmadas de puño y letra.

A continuación de esta noticia, la BBC informa que se ha decidido sortear mediante lotería qué lista electoral iraquí aparecerá primero en las papeletas en las próximas elecciones. Al parecer, y tras demasiadas controversias al respecto, se ha optado por el sistema del sorteo, supuesto legal que no sé si está incluido con el "Freedom Pack" que vinieron a ofrecer (de puerta en puerta) los marines, pero que se aplicará de todas formas. Supongo que la libertad, tal y como la definen quienes pretenden imponerla por la fuerza, debe saber adaptarse en esto de las formas, ya que no en lo esencial.

Una de perfumes

Esta mañana me he despertado temprano. Me sentía extraño, fuera de mí. En el cuarto de baño, me miré al espejo y me llevé la mayor sorpresa de mi vida. El rostro que vi reflejado no era el mío. Era yo, sí, podía adivinarme en la expresión de los ojos, en los gestos involuntarios e indefinibles, pero no era mi cara. La barba había desaparecido, el peinado era diferente, y mi piel brillaba con artificio, lisa como la porcelana y fría como un esquema desdibujado. Un cierto aire andrógino me invadía la mirada, que aparecía languidecer por momentos, a medida que la piel se hacía cada vez más imposiblemente blancuzca y tersa.

Miré a mi alrededor, y eché enseguida de menos mis azulejos blancos y azules. En su lugar, losas de mármol blanco y negro, y un retrete con forma de silla intergaláctica. Sonaba una extraña música, de origen desconocido, y mi cuerpo estaba enfundado en un pijama de seda, que más parecía esmóquin de diseño. Al volver a mi cuarto, que había crecido hasta un tamaño tres veces superior al de mi antiguo pisito, vi que mi compañera dormía como quien posa, perfectamente maquillada con artificio de aerógrafo y Photoshop. Su languidez era como de película antigua, y no desapareció ni aún después de despertarse y hablarme con una voz que no era la suya. Fueron unas palabras incomprensibles, en francés de pasarela.

Sólo entonces me di cuenta de lo que estaba pasando. "¡Pero si tu no hablas francés!", dije con una voz prestada. "Ni yo llevo trajes Moschino", continué, mientras me ajustaba una corbata de 1200 euros. Un violonchelo sincopado hacía bailar las ondas de raso de las sábanas, negras como la elegancia prestada que me invadía. Tardé unos segundos en encontrar la mesilla de noche, entre otras cosas porque su diseño extraño ocultaba los cajones, blancos sobre negro de ébano y mármol. Dentro, un frasco de perfume, que tuve que tirar por el desagüe (tras varios intentos de dar con el mecanismo de la cisterna) para volver a la normalidad.

El médico me ha dicho que no hay tratamiento, pero que no me preocupe, que no deja secuelas, y que se me pasará después de Reyes.

Steven Pinker y los conductores asesinos

La noche del miércoles, Steven Pinker hablaba, con soltura atípica en un científico, de la naturaleza humana, y desglosaba parte de sus teorías sobre el institnto y el aprendizaje. Era tarde, hacía una noche toledana incluso en Madrid, y Pinker acababa por decir que nuestra parte "buena", "solidaria" y preocupada por la justicia era tan integrante de nuestra naturaleza como la otra, la que antes achacábamos a los "instintos animales"; y que no había solución ni final previsto para la eterna "lucha", o desequilibrio, entre el ser humano que mata, oprime y abusa, y el otro, el que también por instinto y también por haberlo aprendido tiene en cuenta los sentimientos y derechos del prójimo.

A esa misma hora, en el kilómetro 54 de la carretera nacional N-1, esas dos naturalezas del ser humano se cruzaron por carriles equivocados. Un conductor suicida en sentido contrario a velocidad malsana asesinó a dos inocentes, padre y madre, que volvían del puente con sus dos hijos. En sentido opuesto, como le correspondía, un camionero de Ciudad Real paró al ver el criminal accidente, y se jugó la vida para salvar a los dos niños, que están graves, aunque fuera de peligro.

Belén viviente

Vivo cerca de la iglesia de San Sebastián, una de esas estructuras que mi ignorancia despreciaba, cuando solía pensar que Madrid no tenía iglesias bellas ni rincones mágicos. Eso era cuando un cierto sentimiento provinciano de inferioridad pretendía consolarse con el tipismo del terruño propio, que nada tendría de esa urbanidad cosmopolita de la capital, pero "cuyo barrio del _____________ o castillo de ________________, o cuyas vistas desde la torre de la catedral de __________ valían, aunque sólo fuera por lo pintoresco, más que diez madrides."

Ahora, que no necesito comparar ausencias con presencias, me limito a pasar por delante de la iglesia de San Sebastián y a disfrutar del olivo que nació hace mucho junto a la puerta de la fachada que da a la calle Huertas, en una especie de jardín, que ocupa el mismo lugar que en tiempos fuera cementerio. Al lado de la cancela hay un tramo de empedrado, el más ilustrado de España, con el piso tachonado de letras de bronce que los turistas inmortalizan en píxels. La plaza del Ángel cobija un botellón suministrado por la licorería, regentada por inmigrantes chinos, que despachan aguardiente de lagarto, Coca-Cola, ron y vasos de plástico, dentro siempre del horario contemplado por la normativa municipal. A diez metros, una heladería italiana atendida por un argentino, una tienda de artesanía mexicana y un rosario de bares de copas que te invitan a un chupito presentando en barra el cuponcito que te ofrecen los promotores que jalonan Huertas.

Tras la cancela, un olivo y una fachada que ya no se usa, pero que en tiempos estaba llena de mendigos, de pedigüeños casi medievales, de ciegos romancistas, de lisiados rezadores, de huérfanos profesionales que esperaban a las almas piadosas que venían a ponerse a bien con sus conciencias. Los narra Galdós en Misericordia, y resultaría difícil imaginarlos, entre turistas que comen helado de pistacho, sino fuera porque, en verano, algunos sin casa nada galdosianos se instalan en los bancos y portales de la plaza contigua. Al lado, el hotel en que Manolete rezaba antes de torear, que todavía aparece mencionado en las guías como el hotel de los matadores, escupe de vez en cuando un público adinerado, que ya no entra en la iglesia de San Sebastián, pero que sigue midiendo su éxito con el rasero de los desgraciados de la plaza, acartonados por la miseria y el abandono.

Yo, que paso algunas mañanas por San Sebastián camino del trabajo, sólo a veces encuentro el fantasma de Cadalso, que se quiere saltar la cancela de lo que fue cementerio para robarse el cadáver de su amada. La juerga nocturna de los estudiantes Erasmus de medio mundo impidió al necrófilo platónico consumar su sacrílego escarceo, y la mañana se le viene encima merodeando con ojeras y peluca blanca. A veces le ven los vagabundos que duermen en sus garitas de embalaje de frigoríficos No-frost, y le toman por un colgado excéntrico y le miran no hacer nada, pero tan lúgubremente, que parece cosa de llorar o del diablo, que todo es uno...Y es que para un mendigo que no pudo serlo de Galdós poca importancia debe tener un señorito arromanticado que escarba con los ojos el suelo donde descansó hace demasiado la carne momia de su novia tísica.

Varias estaciones de metro después, llego a la Colonia Metropolitana. Por las amañanas, los rebaños de estudiantes harían pensar que las casas con jardían alineadas en estas calles de ciudad jardín cobijan familias numerosas como de teleserie anglosajona, pero no. La mayoría de jóvenes desaparece después de clase, hasta los que viven en los colegios mayores de la zona, y se vierte sobre Moncloa, con la querencia de bares y aceras concurridas. Cuando terminan las clases, las calles sin bullicio, tiendas ni bares de la Colonia Metropolitana se quedan vacías, o casi. El horario de visitas de las clínicas privadas ha terminado. Los colegios de monjas ya escupieron al chavalerío uniformado, recogido por parentela o servicio en coches de empaque. Una universidad privada que por las mañanas hierve de aspirantes a empresario del año está ahora vacía y apagada, sin nada que justifique la tapia que la define, las puertas que la guardan.

Por entre las aceras ajardinadas aparecen entonces los mendigos del Siglo de Oro, los lisiados medievales, los soldados del Tercio arrastrando muñones por compasión de Dios y la Patria, los ciegos de Galdós y los de todas y cada una de las vergüenzas, literarias o no. Vienen a la sopa boba, porque en algunos chalés sin adosar con pinta de familia pudiente y reproductora se ha instalado el comedor de una congregación de monjitas, seglares o no, que se esconden tras las tapias como se escodían en otros tiempos las monjitas guapetonas de las comedias de capa y espada. Sólo que ahora, en la Colonia Metropolitana, las verjas miran con cámaras de seguridad, y la mayoría de los clientes del comedor de amparo bajaron en algún momento no de las galeras de don Juan de Austria, sino de las pateras que pudieron llegar a la playa.

El ADN y los fondos de pensiones

Según han venido descubriendo paleobiólogos, paleoantropólogos y algunos otros paleo científicos, el ser humano vino a aparecer en el planeta por la parte de allá del Estrecho, extendiéndose durante cientos de miles, o millones de años. La ciencia, en su estudio de otras especies, aprendió también a observar y observó que cuando una especie se extiende sobre un amplio territorio, el lugar de origen suele conservar entre sus residentes una mayor variedad genética. Las poblaciones periféricas, en cambio, descienden de un grupo menor de individuos (el grupo o grupos que abandonaron el lugar de origen y sus desdendientes), y muestran mayor uniformidad genética. Dicho de otra forma, hay más diferencia entre el ADN de cualquier africano y su vecino que la que separa a Mao Zedong de Abraham Lincoln, o a Espartaco de Woody Allen. Lo que equivale a decir que el continente africano constituye una biblioteca genética, o una cuenta de ahorros, los que hemos podido acumular a lo largo de nuestra existencia en la Tierra, y que vamos a necesitar en caso de emergencia, como la única, aunque débil, seguridad de permanencia, la de la especie.

Sin embargo, en África se muere la gente de SIDA, y con ella nuestra variedad genética. Se nos está jodiendo el ADN, el fondo de pensiones del que depende nuestra supervivencia como especie. La eugenesia, que quiso falsamente basarse en la ciencia para justificar el racismo, debería expiar sus pecados, reinventarse gracias a la moderna Biogenética, y volver a la carga para purgar sus culpas. Así, el supremacismo racial debería convertirse de una vez en supremacismo especial, de especie, y usar conceptos como el de la pureza de sangre, que hoy se traduciría como "variedad genética", para echar un cable egoísta a África y sus habitantes.

Hoy sabemos que un material genético demasiado uniforme nos haría más susceptibles a la extinción, al quitarnos armas con las que combatir cualquier eventualidad. Aún así, mientras la enfermedad avanza a costa de demasiadas vidas, ni siquiera un egoísmo bien entendido parece poder despertarnos del sopor. Claro que, bien pensado, si no nos importa nada de lo que pase más allá de nuestra puerta, ¿por qué íbamos a preocuparnos porque nuestros descendientes tengan la oportunidad de sobrevivir a una pandemia?

Tintes caros, colores baratos

Hubo un tiempo en que el color de la ropa fue un lujo. Para los antiguos, el púrpura se convirtió en el color de los dioses y de los reyes, sus correspondientes entre los mortales. Hace 4000 años, en las costas de Mediterráneo oriental, se pescaba un caracol de mar para extraer de él el tinte con que se volvían reales las túnicas. Su precio prohibitivo estaba unido al poder por lazos de doble nudo. Así, las leyes condenaban a muerte a quien, no siendo el soberano, osara adornarse de tal color. Rojos de cochinilla, amarillos de azafrán, azulados de índigo, la historia del color siempre fue la de la riqueza, y la suntuosidad del arco iris chillón en los ropajes fue durante milenios exclusiva del poder.

Hace mil años, la lana merina del villano solía ser de color crudo, sin tintes, mientras que el brocado del noble o el terciopelo de la librea de su criado gritaban con mensajes multicolores la magnificencia del que podía permitirse tales lujos. Pero la Revolución Industrial trajo también consigo la de la química aplicada, y el siglo XIX por fin consiguió abaratar los colores, haciéndolos accesibles a las clases bajas. La consecuencia no se hizo esperar, y la elegancia de salón, villa y corte, la exclusiva elegancia de los poderosos, se vistió de negro, pardo, gris, marrón, y de esos medios tonos apagados que hoy consideramos aceptables para ir a buscar trabajo. De la suntuosa y colorista elegancia dieciochesca, o de la aún frívola banalidad de las ropas estilo Primer Imperio, el poderoso pasa a embutirse en lo oscuro, y abandona al pueblo el monopolio del colorín, abaratado y encanallado, desterrado de los salones y arrumbado al atuendo bizarro de los barrios bajos, el gitanerío y las clases bajas.

Hasta cierto punto, el color ha llegado a convertirse en expresión de un estado de ánimo, y así, el ejecutivo que pasa sus días enfundado en serios grises y profesionales pardos, no duda en disfrazarse de pavo real mareado, nada más pisar la terminal del paraíso caribeño a donde va a desinhibirse por unos días.

En otros tiempos, los colores de las banderas llegaron a convertirse en motivos para morir, matar y destruír. Teniendo en cuenta que el precio de la púrpura era diez veces superior al del oro, o pensando en la cantidad de azafrán necesario para teñir dos varas de paño, puede encontrarse una minúscula lógica en la supuesta importancia que demasiadas veces han teñido esas telas de colores que rubrican nuestra identidad y atesoran nuestros complejos. Sin embargo, y a pesar de que el poderoso ya no viste de faralaes brocados y chillones, desde que los sintéticos democratizaron el arco iris textil, hoy en día seguimos haciendo mamarrachadas sin cuento en nombre de trapos teñidos.

Aznar y la vida salvaje

Hoy, la sobremesa de documental ha sido imposible. Después del almuerzo, el sesteo otoñal no pudo acompañarse hoy con las costumbres gregarias del pingüino emperador, ni con un repaso a la organización social del hormigas y termitas. Se ve que la televisión pública tiene ya hecho un retrato robot de su televidente medio, y ha concluído que la mayoría tenemos tragaderas anchas, y que lo mismo hacemos a una etapa reina del Tour de Francia que a una retransmisión en directo desde el Congreso de los Diputados. Por eso, en vez de sacrificar a la actualidad política española un episodio cualquiera de telenovela, y emitir por su primer canal los escarceos de Aznar, se ha resuelto emitirlo en el lugar de uno de los pocos espacios culturales que quedan en antena hoy en día.

No voy a quejarme: mejor perderse una siesta zoológica que vivir en una sociedad donde ni siquiera se finge que el que manda debe rendir cuentas de sus actos. Sin embargo, tengo que decir que los sueños (merecidos o no) que se gestan al calor de las evoluciones venatorias de un felino salvaje y en extinción suelen ser mucho más placenteros que los que termina suscitando el bigote ártico del ex-presidente del Gobierno.

¿En qué contenedor se debe depositar la tele-basura?

Hay dos razones, entre otras cien, que explican por qué nunca conseguiré ser un escritor de éxito, ni siquiera medianamente leído. Una es mi desmedida afición a los videojuegos, que le quitan a uno el tiempo necesario para escribir una novela, y que embotan el intelecto hasta anular las aspiraciones creativas y/o literarias. La otra es que soy muy marujo, muy de barriada, a la par que muy "literario" en el peor sentido de la palabra, como el pseudo-erudito a la violeta que quiere teñir el pelo de su dehesa con colores de sabiduría de oropel. La mezcla no resulta muy buena, ni siquiera en estos tiempos de mestizajes culturales, y me parece muy bien que así sea.

A mi parte maruja le divierte "Aquí hay tomate", mientras que mi otro yo de pseudo-intelectual en eternas ciernes necesita a veces esas sobremesas (sobresofás) documentadas (televisivamente hablando) por obra y gracia de la BBC. Cuando alguna carrera ciclista no agua mis fiestas/siestas de documentales (me pregunto qué hará Fungairiño de mayo a septiembre) compagino, gracias al zapping, las pausas publicitarias de ambas emisiones. En la ocasión más reciente, aproveché el descanso en el enésimo film sobre los leones del Serenghetti para ver, dos canales más allá, una breve información sobre las actividades del rey de España en su reciente viaje a Latinoamérica. En una de las actividades programadas, me cuentan, don Juan Carlos fue y se entrevistó con "Rafael (sic) García Márquez, autor de Memoria de mis ---biiiiip----- tristes."

¡Cáspita!, debería exclamar ante tamaño desaguisado, sobre todo para no herir la sensibilidad de una censura que no duda en mutilar el título de un colombiano, a quien, no obstante, han rebautizado con el nombre del arcángel equivocado. Ya sólo queda que en "Salsa Rosa" le llamen "Miguel García Márquez", y entonces el Nóbel de Literatura terminará sonando a personaje lorquiano y lírico, a patriarca gitano como el que visitaba Macondo, pero más aflamencado y juncal si cabe.

En cuanto a los niños que estuvieren (futuro de subjuntivo, destinado a desaparecer, sino extinto ya y amojamado) viendo a esas horas la telebasura, se está preocupando el Gobierno de que no tengan acceso a los melodramas de toreros, tonadilleras, sus asistentas y los amantes de sus chóferes, como si algo de todo eso fuera nuevo o dañino. Nada van a encontrar los chavales en estos programas que no sepan ya de vernos a los mayores: que somos mezquinos, ridículos, irracionales, y capaces de cualquier cosa con tal de conseguir dinero rápido; la misma lección que se aprende viendo las noticias o asomándose al patio de luces del bloque de pisos.

Dirá alguno que no puede permitirse que un ser humano autodenominado "periodista" se quede tan pancho después de llamar Rafael a García Márquez. El aludido contestaría, como cuando la conciencia o los amigos le cargan con lo carroñero de su "especialidad", que "esto es lo que pide el público". Por eso, quiero suplicar desde aquí a ese público caníbal que al parecer anda por ahí extorsionando a cientos de licenciados en Periodismo, que hagan el favor de no pedir que se llame Borja Marri a Cela, ni Joaquín a Aleixandre, Nicolás a Benavente, o (¿se atreve la lengua a pronunciarlo?) José Ramón a Cervantes. Por lo que pudiera pasar.

Eduardo Galeano, el Barça y el Madrid

Hace un par de semanas, estábamos sentados mi compañera y yo al sol de otoño casi mediterráneo, tomando un café caro en la Plaza de Santa Ana, una de las razones por las que queremos vivir en esta ciudad. Había críos jugando a una distancia prudencial, parejas paseando, la fachada de un teatro y algunos viejos recargando las pilas al sol. En esto llega Eduardo Galeano con unas señoras, y se sientan a tomar café, y un servidor, que de pequeño compraba cromos de fútbol no más que para recortar la foto y pegarla a una chapa de refresco, y jugar con garbanzos, y que nunca jamás en la vida de dios ha tenido ídolos ni se le contagió jamás la mitomanía. Un servidor que, en fin, no dejaría colarse a Almodóvar en la frutería ni a Zapatero en la del pescado, por principios, se puso nervioso y casi se emociona al ver en carne y hueso a este uruguayo enorme.

Será que con los años me hago más pedante de lo que es aconsejable confesar, y yo, que jamás he sido fan de nadie (aparte de esto mi adolescencia fue tan pánfila e inconfesable como la de cualquiera), me he vuelto un aspirante a groupie de intelectuales que admiro. Desde que vivo en Madrid me he carteado (un par de veces nada más) con Maruja Torres y Muñoz Molina, me he cruzado por la calle con Vargas Llosa y he pasado varias tardes de pamplina esperando en el Café Gijón, por ver si aparecía Manuel Vicent. Patético, lo sé, y más a mis años, que ya son de empezar a pagar hipoteca y comprarse un coche...

El caso es que Eduardo Galeano, aparte de ser un maravilloso periodista y escritor, fue el responsable de mi reconciliación con el fútbol. De pequeño, como tantos, crecí jugando y viendo fútbol, hasta que una adolescencia tontorrona y niestzchiana, el aburrimiento, y una serie de años anodinos en el Real Madrid, unidos al convencimiento interno de que el balompié era opio, pan y circenses, se conjuraron para que abandonara toda afición e interés por el deporte rey. Pasó el tiempo, y me fui a vivir a los EEUU, donde la nostalgia introspectiva y el chocheo migratorio se tradujeron en un encastizamiento exagerado y bastante cutre. En la barriga del Imperio, y por oposición a lo que me rodeaba, empecé de nuevo a seguir con interés todo lo relacionado con el fútbol. En cualquier situación social en que uno se encontrara, el fútbol (por rebeldía uno se opuso a llamarlo "soccer") siempre conseguía unir a todos los inmigrantes, con poquísimas excepciones. Harto de que nativos de clase acomodada desconocieran la situación de España en el mapa, ver un póster de Morientes en el garito de un gasolinero egipcio siempre resultaba agradable, y más de un buen amigo llegó a serlo a través de una conversación sobre fútbol.

Luego, leyendo a Galeano, aprendí que el fútbol es en verdad el deporte de los pobres del mundo, de los desposeídos, de los que viven en la injusticia, y aprendí de muchas historias heroicas en estadios de todo el mundo, en cien años de un siglo que acaba de terminar, y aprendí también de Galeano, que es un blanco de todos los colores, que muchos de esos héroes fueron negros, que lucharon dentro y fuera de las canchas por la libertad, la dignidad y el respeto. Jugadores como Andrade ("fue negro, sudamericano y pobre, el primer ídolo internacional del fútbol" dice Galeano), Garrincha, Eusebio, Didí o Pelé llevaron el fútbol más allá de las escuelas privadas inglesas, donde se creó, y lo hicieron florecer en las mentes de millones de niños en millones de favelas, chabolas y barrios bajos del mundo entero.

Cuando mi compañera y yo nos terminamos el café, nos acercamos, trémulos como dos pijas que ven a Beckham, a saludar a Galeano. Fueron veinte segundos, para no molestar y por timidez. De todas formas, tampoco es que tuviera nada que decirle ni excusas para aguarle la merienda. Sin embargo, ahora, después de la que se ha liado con Luis Aragonés, que hasta Tony Blair ha tenido que pronunciarse, sí que habría tenido la excusa de preguntarle al uruguayo qué pensaba de todo esto.

Post scriptum
Aunque me sigue gustando el fútbol, sigo pensando que es un circo que hace mucho por distraernos mientras se nos pegan las lentejas de la Historia. Véase si no el absoluto protagonismo del partido Barcelona-Real Madrid, que pareció funcionar como un "juicio de Dios" medieval en mitad de las justas lingüísticas celebradas a tres bandas por Carod, Rajoy y Francisco Camps, a vueltas con que si el Cid hablaba proto-valenciano, catalán o castellano (que para eso era de Burgos), o con que si Martorell escribió en catalán del Principado o en una especie de mostruo del Lago Ness dialectal, una lengua hija sólo del latín, que, como el Guadiana, se pasó un porrón de siglos latente, para reaparecer después cuando llegan para quedarse los reconquistadores.

Al final, el veredicto divino ha dado la razón a los que, sin saberlo, defendían una verdad que cualquier lingüista habría demostrado en un quíteme allá esos fonemas, a saber: que el valenciano es un maravillosamente rico y fértil dialecto del catalán, así como el serbio y el croata son la misma lengua, pónganse como se pongan los políticos, militares y fabricantes de armas y odios.

Lo asombroso es que este veredicto, en vez de venir firmado por Ramón LLul y Arnau Vilanova, salió de las botas de Eto'o, que no es filólogo, pero sí negro, y muy inteligente dentro y fuera del Camp Nou.

Frodo Flores

El Hombre de Flores está pidiendo a gritos un nombre, y yo propongo el de Frodo Flores, y reniego de los planes de estudio que sólo me obligaron a estudiar dos años de latín, tiempo insuficiente para aprender a declinar como dios manda un nombre más científico para este humanito nuevo que acaban de tener mamá Historia y papá Darwinismo (que acaban de descubrir los paleontólogos, para entendernos).

Al pensar en aquellos homínidos de bolsillo, compartiendo isla con nuestros abuelos, me acuerdo de William Golding, que contaba en su novela "The Inheritors" la suerte de los últimos Neanderthales, a poco de llegar nuestros antepasados Sapiens Sapiens a la Europa post-glacial. Cuando Golding escribió su novela, los paleontólogos acababan de enterarse de que los cabezones porteros de discoteca del más Inferior de los Paleolíticos no eran parientes (directos) nuestros, sino una especie distinta, humana y todo, pero que acabó por extinguirse, o la extinguieron, que de todo pudo haber. Y como el inglés era un cínico, se imaginó en su novela que algo tuvieron que ver los primeros cromañones con la desaparición del vecino, sobre todo a juzgar por las que hemos organizado después, con gente de nuestra especie.

Pero los Neanderthales eran muy listos (tenían el cerebro mayor que el nuestro) y andaban sobrados de forma, que el más enclenque se habría merendado al más curtido marine, en un decir Jesús. Otra cosa debió esperarles a los hobbits proto-indonesios recién descubiertos, a Frodo Flores y sus compadres, a los que seguro que no dejó indiferentes la llegada de los nuestros (como la caries, acabamos alcanzando todos los recovecos), y a los que, probablemente, acabaran por quitar de enmedio los que vinimos después.

Por eso, entre otras cosas, nos entusiasma imaginar compañeros que hayamos podido tener en esta aventura de la vida inteligente, duendes, elfos, yetis o hobbits fósil, recordatorio de cuando no estábamos solos, nostalgias de todo lo que perdimos, que siempre es mucho más interesante que lo que nos queda.

Catering, que es gerundio

Con mil doscientos euros al mes, salario ofrecido por Tecnove-Ucalsa a los trabajadores ilegales contratados para servir comida a la tropa española en Diwaniya, se puede alquilar un piso no muy grande ni muy céntrico, y se pueden comprar una calculadora y un bloc de notas para administrar con matemáticas de andar por casa lo que sobra de pagar la luz, el teléfono y lo que se tercie, que tiene que ser, por necesidad, muy poco. Con mil doscientos euros no se puede comer fuera muy a menudo, sólo de vez en cuando en el Kebap de la
esquina.

Por mil doscientos euros, y aunque no tengas papeles (corrijo: mejor si no los tienes), te mandan en un avión militar a Diwaniya, a trabajar jugándote la vida. Como no hay muchos recibos que pagar allí, y los bocadillos de carne de cordero están más baratos que en España, cada mes sobra algo más, que viene bien para enviarlo a la familia. Quizá dé para ahorrar un poco, y si no te mata un morterazo, cuando regreses podrás disfrutar de tus papeles de trabajo, que te los han prometido en serio.

A la puerta de la base seguro que lucía una bandera española, y puede que un "Todo por la Patria" también lo hiciera. En el caso de los empleados "reclutados" y engañados por Tecnove-Ucalsa, se pregunta uno cuál será esa patria por la que merecería la pena darlo todo, a cambio de mil doscientos euros al mes. En el caso de los directivos de Tecnove-Ucalsa, no hace falta preguntarse cuál es su bandera.

La empresa ha reconocido que contrató a gente sin papeles, pero ha puntualizado que las leyes que impiden hacer tal cosa no funcionan en Iraq, donde tuvieron lugar las supuestas irregularidades laborales. Supongo que no será la única ley que no contempla casi nada, en un país sumido en la destrucción. Otro tanto solían aducir los negreros británicos que, después de haberse abolido la esclavitud en el Imperio, seguían traficando con vidas entre África y los EEUU:la actividad comercial a la que se dedicaban era perfectamente legal allí donde se realizaba.

La lección que, supongo, debemos aprender, es que hay muchas formas de enriquecerse en una guerra, no todo son contratas millonarias para sacar petróleo, también hay maneras más sutiles.

Trillo, mientras tanto, dice que en aquella época estaba en la era (que es imperfecto de indicativo) y que por tanto no sabía nada de inmigrantes (que suena como a adverbio), ni de catering, que según diría Aznar, es gerundio en inglés.